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Es hora de politizar el plástico!”: ¿Por qué seguimos tan atados a este material?
Impuestos y políticas duras de prohibición se muestran, ante los ojos de dos expertas en cultura material y un emprendedor de los biomateriales, como la salida más efectiva a esta crisis, lejos de las presiones estoicas sobre los consumidores.
No se trata de demonizar el plástico. El problema, como lo dice la catedrática y experta en culturas materiales Carolina Agudelo, no es el material en sí mismo, “si no lo que hemos hecho con él”.
Si el poliéster, por ejemplo, una fibra sintética hecha enteramente de plástico, que está en muchos de nuestros vestidos, es casi eterna: ¿por qué estamos haciendo con ella piezas que duran, a lo sumo, seis meses en el armario? Si un vaso desechable hecho de plástico tarda 75 años en degradarse, ¿por qué su tiempo de utilidad es solo de 5 minutos? Muchos factores nos llevaron a perpetuar esta ecuación extraña y desproporcionada que nos hizo pasar de 1,5 millones de toneladas de plástico producidas en 1950, a la exponencial suma de 390 millones de toneladas de plástico en 2022. Los expertos señalan algunos factores históricos como los grandes detonantes de esta debacle. “El higienismo desatado después de las Guerras Mundiales nos hizo pensar que era un mandato que los alimentos estuvieran siempre herméticamente sellados.
¿Por qué de repente nos empezó a parecer peligroso que el arroz, el azúcar, los granos, el aceite estuvieran en grandes contenedores y se compraran por peso en las tiendas como lo hicieron nuestros abuelos?”, pregunta Laura Novik, académica y consultora en diseño de futuros sostenibles.
Otro factor que alentó esta crisis del plástico fue la necesidad que despertaron las marcas y las cadenas de supermercado de tener un lienzo maleable (plástico viene del griego “plastikos”, significa que se puede moldear) que pudiera adquirir formas y colores diferenciales y sumar eslóganes impresos para poder diferenciarse unas de otras.
“La crisis del plástico está ligada a la necesidad de las marcas de tener empaques para hacer marketing”, añade Novik.
Por su parte, el desarrollo de los polímeros termoplásticos como el polietileno y el polipropileno que permitieron la fabricación masiva de envases económicos para almacenar y transportar productos, les reveló a las empresas, desde las décadas de los 70 y 80, que podían cambiar un modelo circular por uno lineal, en apariencia más económico.
El circular demandaba que, por ejemplo, las botellas de gaseosa de vidrio tenían que devolverse a la tienda para poder comprarse una botella nueva.
El modelo lineal, por el contrario, promulgó que las empresas no tenían que recoger los envases de plástico de sus productos, porque ahora esos envases eran basura.
Más recientemente, el aumento vertiginoso de las compras digitales ha generado un 36% de más empaques por artículo que las compras en tiendas físicas.
Desmontar este andamiaje profundamente arraigado a la sociedad de consumo y a la cultura de que las cosas para los humanos siempre sean más fáciles y más rápidas ha resultado muy complejo, a pesar de que en el horizonte hay varios biomateriales que se revelan como mejores opciones que el plástico en términos de su relación de tiempo de uso y tiempo de degradación.
“Al ser una industria derivada del petróleo, el plástico tiene un bajo costo y un gran poderío de lobby para incidir en las leyes de los países.
Además vivimos en una cultura en la que los empaques se hicieron tan baratos que las empresas no incluyen el valor del empaque en el valor de su producto, entonces, como consumidores, nos acostumbramos a no pagar por eso.
Así que cualquier cambio en el precio del empaque es aún hoy impensable para las empresas”, explica Martín Ramírez creador de Cáscara Tech, una compañía que ve las cáscaras como los empaques fundamentales de la vida, y que desde hace tres años viene explorando el bagazo de caña, el uso de bioplástico de maíz y, en general, de la biomasa, para hacer empaques y contenedores de comidas para grandes cadenas de restaurantes.
Lo que le han revelado a Martín Ramírez sus indagaciones de materiales —que pasan por experimentar con hojas en la India, entender la belleza del empaque en Japón y las formas de producción masiva en China— es que lo que nos ha traído hasta aquí no es una lealtad al plástico, es una lealtad a la practicidad, y sobre todo, a lo económico.
“Los consumidores son ecológicos de la cintura para arriba, desde la narrativa, pero cuando les requiere una acción, cuando les toca el bolsillo, dejan de serlo”, explica el diseñador industrial que ha conseguido crear un producto que es bello, útil, pero que puede ser un 30% más costoso que un empaque de plástico tradicional.
“El problema también es que el valor de los empaques se está poniendo en precio y no en costo. Si le cobraran al icopor (unicel) todo el tiempo que no se usa y el costo ambiental que tiene para el planeta, tendría que ser carísimo”.
Según los cálculos de Martín, uno de sus bowls para llevar ensaladas, 100% compostable, puede durar de 2 semanas a 6 meses en degradarse, una cifra considerablemente menor a los 75 años que duraría si ese empaque colocado en una barra de ensaladas de un restaurante fuera de plástico.
Aunque muchas empresas se dan falsas esperanzas en sus intenciones por generar menos basura aduciendo que el plástico que usan es 100% reciclable, un estudio publicado en 2021 por Greenpeace US asegura que esta idea de circularidad con el plástico “es una fantasía”, una vez que, por ejemplo, de los 51 millones de toneladas de desechos plásticos generados por los hogares estadounidenses en 2021, solo se recicló el 5%, es decir 2,4 millones de toneladas.
Expertas como Carolina Agudelo, consultora en materiales, detallan la gran dificultad de este procedimiento de reciclaje: “El reciclaje del plástico tiene varios temas: la dificultad de la recolección, el exceso de energía y agua en el proceso, los desechos de microplástico en las aguas residuales y, sobre todo, la dificultad ante la inmensa variedad de plásticos y de mezclas complejas que ha generado la industria”.
Según explica la experta, para poder reciclar fácilmente un vaso, por ejemplo, este no podría tener papel, como ocurre con los vasos que masificaron las tiendas de café y que el consumidor cree que son menos contaminantes.
“Al ser una mezcla entre el papel y el plástico esto hace que el proceso de reciclar el material sea casi imposible”. En el caso de una prenda de ropa, para que hubiera un reciclaje efectivo de textiles sintéticos, primero, no podría tener combinaciones del tipo algodón poliéster o spandex y, segundo, toda la prenda tendría que tener solo un material en sus botones, cremalleras, en sus cierres y eso casi nunca ocurre. Politizar el plástico: ¿dónde están las leyes? Para cambiar esta cultura, que ha sido llamada “adicción al plástico” por la ONU, se ha optado menos por un marco regulatorio y taxativo que obligue a las empresas a hacerse responsables de sus residuos plásticos y la basura de sus empaques, y más en intentar que el consumidor se autorregule y haga acciones en su vida cotidiana para generar menos basura.
“Hay que defender la politización de la sostenibilidad.
¡Es hora politizar el plástico! Las normas hacen que nos regulemos, que hagamos acuerdos como sociedad y esos acuerdos aún no están dados de cara a este problema”, sentencia Laura Novik, muy en concordancia con las demandas que hacen otros expertos. “Nos han responsabilizado a nosotros, los individuos, por la manera cómo consumimos, pero es urgente pensar en términos de políticas públicas sobre establecer la responsabilidad del reciclaje en los hombros de cada uno de nosotros.
Son las leyes las que podrían demarcar los límites para la industria, en vez de procurar conductas estoicas en una sociedad de consumo hiperacelerado como la contemporánea.
El eco de la urgencia de una legislación se oyó con fuerza en mayo de 2023, cuando el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) entregó unas recomendaciones para actuar contra la catástrofe ambiental del plástico priorizando la disminución de su fabricación y su mayor reutilización, pero dejando de lado acciones puntuales que obliguen a las empresas a regularse: “En el informe se echa en falta exigir a las entidades industriales/empresariales que producen artículos materiales que dejen de fabricar más plástico tóxico procedente de combustibles fósiles, y punto”, le dijo a la revista Wired, en su momento, Dianna Cohen, directora general y cofundadora de Plastic Pollution Coalition.
“En el momento en que la ecología se vuelva prioridad, porque aún no lo es para las industrias, se vislumbran dos salidas posibles: impuestos ecológicos que hagan que el plástico pague más impuestos, que se usarán para limpiar los daños que genera, o que a los productos ecológicos, a los biomateriales, les quiten el IVA, para que así puedan competir por precio”, explica Martín Ramírez.
“Porque si a las empresas les dices que tienen que elegir entre un empaque ecológico y uno no ecológico y les vale lo mismo, te van a decir que optan por lo ecológico, pero hasta que no consigamos esa equiparación de precios, va a ser muy difícil que haya ese viraje”, añade el creador de Cáscara Tech.
Las exploraciones con papeles que se pueden termosellar sin tener plásticos en su composición, las iteraciones de bioplásticos que usan resinas, el uso de bagazo de caña de azúcar, de derivados del almidón, de los hongos y las algas son algunos de los desarrollos más prometedores para el reemplazo de los plásticos. “En la ciencia de los materiales, uno de los objetivos principales es el desarrollo de biocompuestos o materiales biodegradables.
En este sentido, los materiales vivos y las formas de producción basadas en el cultivo de materiales marcan un horizonte de futuro posible para despedirnos de los plásticos”, concluye Novick, quien espera, con un poco de pesimismo, que por fin estemos presenciando la arqueología de una cultura futura sin envases de plástico.
Fuente: El País
Autora: Angélica Gallón