Palabras del periodista Rafael Núñez en la presentación de su libro “Retrato de la Historia”
Buenas noches honorable rector de la Universidad Católica Santo Domingo, Reverendo padre Jesús Castro Marte; Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, doctor Román Jáquez Liranzo; señor Miguel Franjul, director del periódico Listín Diario, doctor Adriano Miguel Tejada, director de Diario Libre, doctor Elíades Acosta, prologuista de la obra, señores periodistas, señoras y señores, amigos y amigas, estudiantes de este centro de Altos Estudios.
Me siento complacido esta noche porque veo aquí una apreciable cantidad de amigos y amigas que vienen de distancias disímiles; incluso hasta de provincias con el único objeto de respaldar un proyecto tan personal como el de la puesta en circulación de un libro, “Retratos de la Historia”. Ese gesto lo interpreto como una manifestación más del aprecio que me profesan, que es de doble vía.
Por el título de esta obra, “Retratos de la Historia”, muchos pueden creer que se trata de un libro de Historia, pero lamento decepcionar a quienes así piensan. En primer término, quien tiene el honor de dirigirles la palabra no es historiador, aunque no dejo de reconocer mi pasión por esa disciplina, tanto como la que siento por la comunicación y el periodismo, que es mucho decir.
Al describir a las cinco figuras políticas y militares de las que hago el abordaje en esta obra, quienes jugaron un papel trascendental en la formación de la República, dejo sentado que el lector no se va a enfrascar con una narración de acontecimientos, es decir me refiero a lo que el afamado profesor de historia de la Universidad de Cambridge, Peter Burke, define como “la espuma sobre las olas del mar de la Historia. No señores.
“Retratos de la Historia” no es una tratado secuencial de hechos porque, neófito al fin sobre la Ciencia de la Historia, quise irme por la tangente y auscultar un aspecto que los expertos en la materia clasifican como microhistoria.
Si tal como plantea Fukuyama, la lucha de clases y la ideología van a ser sustituidas por la economía y la biología como motor de la historia, es justo establecer cómo desde este punto de vista, la microhistoria toma otras dimensiones, con nuevos enfoques y nuevas ideas, aunque también es pertinente plantear que se debe tener una visión crítica del presente para poder explicar las razones de la pobreza, el hambre y el desempleo.
En el libro me refiero a la personalidad de cada una de esas figuras, su formación política, militar, su origen, el entorno en que se fraguaron, sus debilidades, así como las grandes hazañas que realizaron. Con ello, no estoy descubriendo nada nuevo. El historiador Robert Waite, por ejemplo, ofrece una interpretación interesante de Adolf Hitler desde una perspectiva de las intenciones inconscientes o psicopatológicas, subrayando su sexualidad anormal, el trauma que le causó la muerte de su madre después de ser tratada por un médico judío.
Reconozco que no soy historiador consagrado, sin embargo hago un paréntesis en este momento para tomar una cita del prologuista de la obra, el dilecto amigo, doctor Elíades Acosta, que sí es historiador que sostiene en el prólogo: “Historiador no es solo consultar fuentes documentales, visitar asiduamente archivos y bibliotecas, entrevistar testigos, ni hurgar en estadísticas y mapas. Un historiador de pura cepa, dice Elíades, reconstruye, resucita, insufla brillo y pone ante nuestros ojos las épocas estudiadas, y sobre todo, los personajes que la marcaron.
Los seres humanos tenemos tres dolores de cabeza que acaban distinguiéndonos del resto de los seres vivos: el primero es nuestra eterna preocupación por la muerte; el segundo, es la inquietud que albergamos por las fuerzas trascendentales, de ahí nuestra militancia en las religiones, y el tercer tema que ocupa la mente de los humanos es la Historia. La gente se preocupa muy a menudo por lo que pasó ayer y quiénes fueron sus protagonistas.
Se dice muy a menudo que “para entender el presente, debemos comprender el pasado”.
En la trayectoria de mi formación política y, por qué no decirlo en el ejercicio del periodismo, he aprendido que la personalidad del hombre y, de manera muy puntual, el carácter como rasgo de ella, muchas veces es determinante para cambiar el rumbo de los acontecimientos.
Por eso cometí la osadía si se quiere, de cavar la tumba de cinco de los grandes difuntos nuestros, saqué sus huesos de las fríos nichos donde reposan para describir con mi modesta prosa la conducta de cada uno, su personalidad y, en ella, su carácter, rasgo tan determinante en un líder que, insisto, puede cambiar el destino de un país y hasta de la humanidad.
Permítanme repasar brevemente la Segunda Guerra Mundial: si bien el hecho que la desencadenó fue la invasión a Polonia por parte de Alemania, a los fines de adjudicarse ese país como pretensión de expansión territorial, lo cierto es que la mente que parió esa peregrina idea, Adolf Hitler, no es más que de la de un hombre de un oscuro carisma, de una personalidad extraviada y de un carácter autoritario.
De la mente perversa de Hitler salieron los campos de concentración, los crematorios donde iban a dar niños, mujeres y ancianos y los experimentos científicos con judíos o personas no judías provenientes de los pueblos arrasados por las fuerzas nazi. Sobre el oscuro carisma de Hitler hay enjundiosos tratados que describen a este siniestro personaje, pero no nos vamos a detener en ese punto. ¿No tuvo su personalidad una influencia crucial en sus propósitos perversos?
Atendiendo a la tesis del ya jubilado profesor de historia de Cambridge, Peter Burke, quien en su libro “Obertura: La nueva historia, su pasado y su futuro” apela a la “historia total” como método para acercarnos a los acontecimientos y poder dar una explicación a los detalles y temas que puedan parecer más menudos.
El notable académico refiere que las décadas finales del siglo XX “fue testigo de la aparición de la historia de las ideas u otros temas carentes de historia como, por ejemplo, la niñez, la muerte, la locura, el clima, los gustos, la suciedad, la limpieza, la gesticulación, el cuerpo, la feminidad”; en fin, un sinnúmero de nichos para los historiadores, antropólogos, comunicólogos y periodistas neófitos de la historia como yo.
En el libro que tendrán ustedes en sus manos en breves momentos, hago un esfuerzo por desentrañar los aspectos psicológicos, hasta donde los documentos y las investigaciones de historiadores me lo permitieron, a los fines de descubrir las carencias y virtudes de los cinco personajes.
Descubrí que cuando nos adentramos en el estudio profundo de las grandes figuras de la historia dominicana, surgen aspectos de la personalidad que solo se explican en una sociedad como la nuestra, una colonia perdida en el Caribe que se cruzó en el camino de Cristóbal Colón, aquel aventurero que se hizo acompañar de un puñado de hombres sacados de las cárceles por la Corona para ver si salían de ellos. En la construcción de nuestro Destino tuvimos hombres con virtudes, centinelas de la Patria, acróbatas de la política, rencorosos e ingratos.
Si bien los acontecimientos históricos son movidos por fuerzas sociales, políticas y económicas, la personalidad y el carácter de muchos de nuestras grandes figuras fueron determinantes en la construcción de destino dominicano.
Cabe aquí citar al sociólogo alemán Max Weber quien hizo un estudio exhaustivo del liderazgo. Habla del carisma en un político como en una figura de la música. La relevancia de su enfoque se basa en que Weber sostiene que el carisma de un líder político “debe atesorar un fuerte elemento misional”.
En los cinco personajes que aparecen en “Retratos de la Historia”, el lector descubrirá al hombre carismático, al personaje pálido, al oportunista, al valiente y al visionario; unos que tienen carisma, pero que usan la amenaza, el terror, el asesinato y la persecución para sostenerse en el poder como lo hizo Hitler en Alemania, y en dominicana Rafael L. Trujillo y Ulises Heureaux (Lilís).
Los tipos con el perfil de Hitler tienen un sello distintivo: su capacidad para odiar. La clase de estructura sicológica como la del jefe de los nazis la encontramos en nuestro país, en prototipos de menor dimensión, de manera que los invito a estudiarlos.
Y para no hacer más extensa mi participación, debo decirles cómo surge este cuarto libro mío:
Resulta que un día me tomaba un café con un amigo con el que acostumbro a conversar de diversos tópicos. Obviamente, la política y la historia son temas recurrentes en nuestros diálogos. No sé qué descubrió en este humilde servidor el gran amigo Raymond Umpierre para sugerirme lo siguiente: “por qué no escribe unos perfiles de las grandes figuras de nuestra historia? Me pareció muy bien la idea, hicimos una lista de nombres, empecé la investigación en el Archivo General de la Nación, hice entrevistas, localicé más de 60 libros de historiadores dominicanos y extranjeros, visité provincias como Puerto Plata, Espaillat, El Seibo, Santiago, acudí a El Número, Las Clavellinas, Beller, El Memiso y Estancia Nueva, al tiempo que me encerré por meses y meses a leer y escribir. Aunque siempre iba adelantado en los personajes, publicaba los artículos enumerados en mi columna de Diario Libre.
Los artículos no aparecieron en el orden que están en el libro, pues decidí luego ubicarlos de acuerdo a como se sucedieron en la vida política del país. Tengo razones de sobra para agradecer a Raymond porque de él surgió la idea, obviamente al director del periódico Adriano Miguel Tejada que me dio la oportunidad en ese prestigioso periódico de compartirlo con sus lectores.
Debo expresar mi gratitud con el prologuista Elíades Acosta, porque solo se escriben cosas como las que plasmó en el prólogo acerca de mí cuando se tiene el aprecio que él me tiene; al director del Listín Diario, mi amigo Miguel Franjul, que ha hecho una brillante descripción del libro. Gracias por aceptar mi invitación y ser parte de este esfuerzo intelectual. Y como la gratitud es un valor que destaco en mi vida.
No puedo concluir mis palabras sin darle las gracias a los historiadores Adriana Mu Kien, por su colaboración, a Roberto Cassá por ser tan cooperador y con él a los jóvenes del Archivo General de la Nación; mi gratitud para Juan Francisco Domínguez Novas, diagramador; Roberto Carlos, quien hizo la ilustración y, por su puesto, no puedo dejar de mencionar las periodistas Adelaida Martínez y Johelitza Novas, Ironelis Alcántara y Paola Sánchez, las muchachas de mi oficina quienes con su apoyo me permiten cumplir con mis propósitos.
Una exhortación a los estudiantes de esta universidad presentes aquí: ocúpense de participar en la política porque el espacio que ustedes podrían dejar, es llenado por malandros que tienen agendas distintas a los intereses de la Nación.
Espero que este esfuerzo editorial llene las expectativas que ustedes se han forjado. Ojalá que como sociedad, en la dominicana se pueda avanzar para que personajes que se destacaron en la construcción de la República, puedan ser alejados de la política, pues como dijo Charles-Maurice de Telleyrand, “todo hombre que de joven alardee de un profundo desprecio a la opinión pública y cuyas costumbres, después, son tan depravadas que no se respetan a sí mismo, no conocerá, cuando avance en edad, otro límite a sus vicios que la esterilidad de su imaginación o de la imaginación de cuantos le rodean.
BUENAS NOCHES, MUCHAS GRACIAS.
Mayo 2017