Haití, un pueblo que necesita urgente atención
La Cuartilla
Néstor Medrano
La actual crisis política de Haití, con violentos disturbios callejeros provocados por manifestantes que piden, entre sus reclamos más álgidos la renuncia del presidente Juvenal Moise, forma parte de ese rosario de ingobernabilidad de un país pobrísimo, que nunca ha tenido sosiego ni desarrollado en su plenitud una vida democrática.
Allí las élites políticas y gobernantes, en los hechos no han demostrado jamás un interés real por tomar el toro por los cuernos y provocar una embestida real contra el lastre de la corrupción, el enriquecimiento ilícito y la exclusión inducida y motivada contra la masa pobre.
Haití es un pueblo de tragedias constantes. Las dificultades que ha presentado desde todos los ángulos que esta situación se maneje o se visualice, van más allá de las coyunturas y, precisamente, las coyunturas son las que mayor interés generan por sus rasgos de inmediatez, es decir, el momento, azuzado por un liderazgo político atomizado en la defensa de sus intereses y los intereses particulares.
Pero, más allá de las coyunturas hay que desmadejar la existencia de una problemática estructural, que constituye una pesada carga para el pueblo común ante las insatisfacciones, el incumplimiento de la enorme deuda social acumulada y las pocas y evidentes muestras que se exhiben para por lo menos iniciar el trayecto hacia la democracia plena en ese país.
Duele decirlo, pero una gran parte de la responsabilidad de la interminable crisis que vive esa nación caribeña es de la llamada comunidad internacional, que nunca asumió, con estrategias directas y viables, un compromiso para sacar a ese dolido país del pozo del cual nunca salió con los distintos regímenes que gobernaron luego de la dinastía de los Duvalier.
Ese sentido de responsabilidad fue reflejado en agosto del año 2006 cuando el entonces secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) Kofi Annan, fue interpelado por el autor de este trabajo en visita hecha al presidente dominicano de entones, Leonel Fernández, en una cobertura hecha para Listín Diario, sobre las preocupaciones históricas que existían de que esa comunidad internacional estuviera pensando en dejar el problema haitiano a la República Dominicana.
Ante una batería de periodistas locales y extranjeros que cubrían la fuente del Palacio Nacional, Annan refirió muy enfáticamente que “la comunidad internacional” no dejaría sola a República Dominicana en su responsabilidad por resolver la crisis haitiana.
“Por la proximidad de Haití, y lo he discutido con el Presidente, los dos gobiernos deben trabajar conjuntamente, y no le vamos a dejar el problema a la República Dominicana. La comunidad internacional ha sido convocada y va a trabajar”, dijo en la ocasión el entonces más encumbrado de los funcionarios de la ONU.
Si bien planteó entonces que la solución a esa problemática era de largo plazo, no fue hasta que la fuerza devastadora de un sismo, cuatro años después de sus declaraciones, conminó a esa martillante comunidad internacional a reaccionar ante la debacle en la que se sumía el país con el cual los dominicanos compartimos territorios y angustias.
Esto quiere decir, que el terremoto removió la conciencia no solo de la comunidad internacional, también de personalidades de la vida artística, entre actores, cantantes, militantes y gestores culturales acudieron con sus bondades a socorrer a un pueblo abismado y diezmado desde siempre, empobrecido y agonizante desde siempre, hundido en la desnutrición y en el analfabetismo desde siempre, pero, en esto hay que ser el abogado del diablo, no se puede negar que en el 2010, un terremoto sangriento sirvió para elaborar una buena campaña de relaciones públicas para esos artistas.
Esa tragedia, si bien forma parte de esas coyunturas referidas más arriba, permitió ver que, con consistencia, no generaba la desgracia haitiana, sino que la exacerbaba y ampliaba la franja y los alcances de la misma.
Hay unos nombrados países donantes que lograron, al calor de la estampida mediática mundial que subsumió la atención y el interés, encabezar esfuerzos militantes, canalizar quintales de ayuda muchas veces inservible, y derramar miles de millones de dólares que todavía no se sabe a ciencia cierta en qué bolsillos fueron a parar.
¿Puede un país, con los antecedentes expuestos, forjar el camino de su desarrollo o por lo menos proyectar su destino en términos mensurables de tiempo, intenciones y sosiego social y político, canalizados de manera común para lograr ese objetivo?
Haití ha vivido un proceso histórico traumático, mucho más que otros países de la región que tuvieron sus épocas críticas y en los que todavía persisten resquebrajamientos de la democracia, pero, en los que se ha advertido un avance significativo en el logro de propósitos de estabilidad institucional, política y socioeconómica.
Para nadie es un secreto que existen grupos en esa nación vecina, que en este momento intentan vulnerar el estado de cosas, socavar los frágiles cimientos en que se respalda la también frágil democracia de ese país. Si en otras entregas escritas he criticado la dejadez voluntaria de la llamada comunidad internacional, con responsabilidad enfática en el estancamiento de ese país, luego de una profunda reflexión, convengo en que esa misma comunidad internacional debe buscar la manera y hacerlo rápido, de enfrentar a los grupos que validos de la ignorancia cavernaria de muchos de sus adeptos y líderes, hoy celebran misas para que ocurra un colapso.
La tarea de países amigos como Estados Unidos, Francia, Canadá, España es iniciar un proceso en el que claramente haya más apertura para ensanchar la democracia, lo que no impide aplastar de manera contundente las intenciones de quienes no están en sintonía con trabajar para sacar a Haití del trance por el que atraviesa.
Este trance está expresado en un gran agujero, un abismo sin fondo que involucra la corrupción que durante décadas se ha entronizado destruyendo, primero que el terremoto del 2010, las instituciones, la confianza y la seguridad jurídica en todo su contexto.