Van Gogh, el éxtasis creativo del genio
Julian Schnabel retrata el lado más íntimo del célebre pintor en ‘Van Gogh, a las puertas de la eternidad’
A Julian Schnabel, además de director de cine, se le reconoce por su faceta de pintor y por su interés en bucear en las vidas de otros artistas. En sus seis obras hasta la fecha ha indagado en las del pintor neoyorquino Jean-Michel Basquiat en Basquiat (1996); en la del poeta y novelista cubano Reinaldo Arenas en Antes que anochezca (2000), que brindó la primera nominación al Oscar a Javier Bardem; filmó a Lou Reed en pleno concierto en Nueva York tocando su mítico álbum Berlín y transmitió la angustia de Jean-Dominique Bauby, editor en jefe de la revista Elle, y su “síndrome de cautiverio” en La escafandra y la mariposa (2007). Tras su mirada al conflicto árabe-israelí enMiral (2010), regresa al universo artístico de la mano de uno de los pintores más celebres de la historia: Vincent Van Gogh.
El cine ya ha inmortalizado en varias ocasiones al maestro postimpresionista, desde El loco del pelo rojo (1956), de Vincente Minnelli con un brillante Kirk Douglas, hasta la más reciente Loving Vincent, primer filme pintado al óleo que repasa la vida del autor de La noche estrellada a través de cuadros en movimiento. Schnabel ha querido ofrecer en Van Gogh, a las puertas de la eternidad, una visión muy personal y original sobre el genio en sus últimos años de vida, cuando viajó a las localidades francesas de Arles y Auvers-sur-Oise en busca de “una luz nueva para pinturas que aún no hemos visto”.
La película es puro frenesí visual, rodada con una cámara nerviosa que capta los detalles en primerísimos planos hasta fundirse en ellos con la intención de introducirnos en el mundo interior de un personaje de cerebro ágil e inestable y a la vez dueño de un universo pictórico único del que escuchamos en off algunos de sus pensamientos más personales. De Van Gogh parece que se ha dicho todo, aunque su figura resulta tan enigmática y atractiva que el director estadounidense se lanza al vacío en un retrato vibrante, diferente y profundamente intimista del artista más allá de sus problemas mentales.
Y es que el punto central de este filme que se presentó en primicia en el festival de Venecia es explorar al máximo el proceso de creatividad del artista, su relación con esa naturaleza que le hacía feliz y en cuyos cuadros plasmaba con toda la luminosidad posible en rápidos brochazos, intentado inmortalizar el momento para volverlo eterno y hermoso. Paseando entre campos de girasoles marchitos o la inmensidad de esos bosques desnudos, tan solo perturbados por la presencia del pintor, Van Gogh se regocija en pos de embriagarse de la verdadera esencia de lo retratado en un proceso de éxtasis febril, de creación en su máximo esplendor.
“Dios está en la naturaleza y la naturaleza es belleza” dice el personaje interpretado magistralmente por Willem Dafoe, ganador de la Copa Volpi en Venecia y nominado al Oscar al mejor actor. Su rostro, salpicado de arrugas que otorgan un aspecto envejecido al genio de semblante serio, refleja a la perfección su dolor interno, su angustia vital, la soledad como fiel compañera y la incomprensión ante esos fantasmas que le acosan y que le envían directo al psiquiátrico. “No se puede pintar sin motivación”, dice.
Van Gogh, a las puertas de la eternidad evoca los altibajos en la amistad entre el holandés y Paul Gauguin (Oscar Isaac), la emotiva e inquebrantable relación con su hermano Theo (Rupert Friend) y sobre todo el deseo de dejarse empapar por esa felicidad de explosión creativa, de pertenecer a un colectivo artístico con el que poder intercambiar impresiones o simplemente sentirse alguien a quien le pregunten con cariño: “¿cómo estás?”.
En este ejercicio ciertamente provocativo y fascinante, que Julian tiñe con una banda sonora a golpe de piano y envuelve en un montaje trepidante y brusco, el realizador apuesta por revelar algunas ideas extraídas de la correspondencia entre el pintor y su querido hermano y deja claro que el artista fue consciente de haberse adelantado a su tiempo y de que sería reconocido por generaciones futuras. Valoraba su don con la pintura para plasmar instantes bellos que la sociedad de su tiempo fue incapaz de admirar. Incluso, tal y como apuntaba Loving Vincent, cuestiona abiertamente la versión oficial de su muerte a los 37 años a consecuencia de una herida de bala en el estómago. Schnabel no ha querido revisitar gratuitamente el mundo de Van Gogh, lo interesante de esta propuesta es la mirada introspectiva a un hombre atormentado desde su punto de vista, ofreciendo una visión más cercana al protagonista y abierta al debate.
Fuente: La Vanguardia