La Isabel II cumple 93 años: las tensiones con las mujeres de su familia y los preparativos para su inexorable final
Camilla Parker-Bowles, Diana Spencer (Lady Di) y ahora Meghan Markle son los tragos más amargos de su larga vida. Y eso que soportó la Segunda Gran Guerra…
Todos morimos. Príncipes y mendigos. Santos y canallas. Y también, algún día, Elizabeth Alexandra Mary Windsor. Isabel II. La reina de más larga vida en el trono: se acerca a los 66 años en ese sitial (se cumplirán el 2 de junio).
Este 21 de abril cumple 93 años. La leyenda y el mito juran que no morirá jamás: un poético ejercicio de fe…
Pero el pasado 28 de junio, en plena misa, Isabel abandonó la catedral de San Pablo: un mareo, piernas vacilantes, y retorno al palacio.
Sueltas todas las alarmas, empezaron los ensayos del programa secreto «London Bridge»(alusión a la canción infantil «El puente de Londres ha caído»): el minucioso paso a paso a seguir después de su muerte que ella misma dictó durante los últimos años paso a paso, además de aprobar o rechazar las sugerencias de los maestros del protocolo. Un ejercicio bautizado como «Castle Dove», preparado para el «Día D+1»: un día después de la muerte…
Apenas un minuto después del último suspiro, el primero en verificar su muerte será el médico personal de Su Majestad.
El segundo en conocer la noticia será Edward Young, su secretario privado, que desde un teléfono de línea inviolable y reservado para ese fin, le dará la noticia al primer ministro.
Si sucediera dentro de su mandato, sería Theresa May.
Luego, y terminado el secreto, el suceso llegará al pueblo a través –exclusivamente– de la Press Association: la agencia de noticias más importante del Reino Unido.
Pero esa información estará sujeta a un ritual. En el mismo instante en que aparezca el boletín, un lacayo vestido con ropa de luto saldrá por una puerta del palacio de Buckingham luego de cruzar por un piso de color rosado, y fijará en esa puerta una insignia negra…
Al mismo tiempo, la página web del palacio mostrará el texto sobre fondo negro, y las radios y los canales de tevé serán alertados por una luz azul parpadeante.
El luto en todo el Reino Unido durará doce días. Todas las banderas ondearán a media asta. La Bolsa de Londres cerrará durante el funeral, que sucederá al cuarto día contado desde su final.
La ceremonia fúnebre empezará en el Palacio de Westminster –el Parlamento del Reino Unido–, y como último acto, Justin Welby, arzobispo de Canterbury, oficiará una ceremonia en la Abadía de Westminster.
Durante nueve días habrá procesiones ante el féretro, el décimo, a las nueve de la mañana, sonará el Big Ben…, y el cortejo será encabezado por mil soldados, mientras escuadrillas de la Royal Air Force surcarán el cielo.
Aunque el dato permanece guardado bajo siete llaves, se supone que su cuerpo yacerá en la Capilla de San Jorge, Castillo de Windsor.
Último acto: los 600 miembros del Consejo Privado se reunirán en el Palacio de Buckingham, y ante ellos, Carlos, príncipe de Gales, empezará su camino hacia la Corona.
Algo es cierto: un día, la reina descansará en paz.
Pero no por el momento, ni tampoco desde hace años…, al menos en lo que respecta a casi todas sus nueras.
Si imaginó que sería la Reina Sol, el centro del sistema planetario británico, y que sus hijos y sus parejas girarían, pacíficos, en torno… se equivocó hasta el infinito.
Recapitulemos…
El primero de los tragos amargos fue Camilla Parker-Bowles, el amor eterno del príncipe Carlos de Inglaterra, su hijo y heredero natural.
Y no sólo porque Camilla era divorciada: porque no abandonó esa historia después de casarse con lady Diana Spencer (Di), y porque los escatológicos diálogos telefónicosentre ambos eran más de lo que podía tolerar.
Según el periodista Tom Bower en su libro «Príncipe rebelde: el poder, la pasión y la rebeldía del príncipe Carlos», una noche de 1998, un año después de la trágica muerte de Diana y su novio Al Fayed en el Puente del Alma, París, en un brutal accidente a bordo de un Mercedes Benz, Carlos le pidió a su madre que aflojara su odio hacia Camilla y le permitiera vivir con ella. «Pero esa noche, la reina había tomado varios martinis –seis partes de gin y una de vermouth seco–, y para disgusto de Carlos, le juró que jamás perdonaría su adulterio mientras estaba casado con Diana, y menos la perdonaría a ella por no dejar tranquilo a Carlos. Es una mujer malvada, una amante astuta, y no quiero tener nada que ver con ella», cuenta el periodista.
Carlos y Camilla recién pudieron casarse tras la muerte de Diana, pero la reina no la nombró ni la miró durante la boda…
Es más: le negó a Carlos el oro especial galés para encargar su anillo de compromiso.
«Queda muy poco», le dijo.
Mentira: de ese lingote salieron los anillos de Isabel II (1947), de la princesa Margarita (1960), de la princesa Ana (1973), y de Diana de Gales (1981).
Había oro para rato…
En 2012, año del Jubileo de Diamantes por los 60 años de Isabel II en el trono, el calificado biógrafo Robert Lacey, en su libro «A Brief Life of The Queen», abordó un enigma: ¿por qué Diana de Gales dejó de ser la favorita de la reina y pasó a ser su enemiga?
Lacey recuerda que cuando Lady Di empezó a aparecer en los diarios como novia del príncipe Carlos, la reina recibió la noticia con cariño. Y había un motivo: la abuela de Diana, lady Ruth Fermoy, fue dama de honor de Elizabeth, la Reina Madre, y los Spencer, aunque muy venidos a menos, tenían raíces aristocráticas. Según la biografía en cuestión, «cuando Diana nació, Isabel II la tuvo en sus brazos no sólo porque los Spencer eran sus vecinos: también sus muy buenos amigos, y Diana, una encantadora niña a la que vio crecer».
Además, ese soplo fresco en la vida de Carlos era un antídoto contra ese veneno llamado Camilla Parker-Bowles…
La familia real la recibió a brazos abiertos…, salvo la díscola princesa Margarita, hermana de Isabel II, que la juzgaba como «una tonta irremediable».
Diana tenía apenas 19 años, pasaba los fines de semana en el castillo de Balmoral, montaba y se caía de los caballos, se embarraba, y toda la familia reía.
Puro candor. Miel sobre hojuelas. Hasta que el timón viró 180 grados…
De pronto, la reina se sintió abrumada por el comportamiento errático de Diana, su bulimia, sus peleas a gritos con Carlos…, e intentó corregir esos desvíos convocando a varios psiquiatras y exigiéndoles compasión y discreción.
Pero el Diablo movía su cola…
Y empezaron los escándalos. Primero, los largos diálogos telefónicos captados a través del sistema Squidgygate, con su amigo James Gilbey, con el anticuario (¡casado!) Oliver Hoare –¡cientos de llamadas–, con el jugador de fútbol Will Carling, etcétera.
Información que llegó a la reina de boca de Robert Fellowes, su secretario privado…, y cuñado de Diana: estaba casado con Lady Jane Spencer, la hermana.
Una quinta columna tan peligrosa como insoslayable.
Pero el detonante del amor hacia el odio fue, además del libro de Andrew Morton que revelaba ácidos secretos de Lady Di, sus casi suicidas declaraciones en el reportaje del periodista Martin Bechir en la BBC, año 1995:
–Es cierto. Fui amante de James Hewitt (oficial de caballería y jugador de polo). Lo adoraba. Carlos me engaña desde el principio de nuestro matrimonio. No está capacitado para ser rey.
¡Traición imperdonable!
La adolescente que se caía del caballo y enternecía a la familia real, la picó con lengua venenosa.
Isabel II exigió de inmediato el divorcio «para evitar más daño al trono y a los pequeños William y Harry, que no tienen porqué saber que su madre es una adúltera».
Detalle: Carlos también.
Después de cinco días de la muerte de Diana, el primer ministro Tony Blair, ante el silencio de la familia real y la colosal muestra de público dolor –kilómetros de almas dolientes y flores– advirtió a la reina:
–Su silencio es un serio error político.
Obedeció.
El 5 de septiembre de 1997, por tevé, dijo: «Diana era un ser humano excepcional, lleno de talento. Yo la admiraba y la respetaba por su energía y compromiso con los demás, y especialmente por su devoción hacia sus dos hijos. Nadie que conociera a Diana la olvidará jamás. Será recordada por millones…»
Etcétera etcétera.
Obra maestra de la hipocresía y de la alta política…
Y cuando parecía que las aguas encrespadas que agitaban el trono empezaban a ceder y llegaban, calmas, a la orilla…
¡Apareció Meghan Markle!
Y se casó con el príncipe Harry…
El último (¿último?) trago de cicuta que bebió la reina.
Con Meghan Markle la relación es tirante y compleja. La reina no tolera sus infracciones al protocolo y que no pare de aparecer en los perió21dicos sensacionalistas
Para los parámetros y el protocolo de Buckingham…, casi una enviada del Infierno.
En primer lugar, mamá Isabel debió digerir el primer matrimonio interracial de la historia de la Corona: la madre de Meghan, Doria Loyce Ragland, ex maquilladora, dueña de negocios, instructora de yoga y trabajadora social del área Salud Mental…, es negra.
Un color que, atenuado, heredó la hoy Duquesa de Sussex. Es de piel morena, y ojos y pelo negros.
Californiana, fue mujer y se divorció de Trevor Jed Engleson: director, productor, cazatalentos, judío. Se casaron en 2011 y se separaron dieciocho meses después.
Meghan no es católica. Pero entre otras cosas, a la reina le recuerda el odiado fantasma de Wallis Simpson, mujer de más que dudosa fama, amante de un nazi, y luego mujer de Eduardo VIII, Duque de Windsor, que abdicó para seguir junto a ella y «acabó con el prestigio de la monarquía»: consenso general dentro de las paredes del palacio.
Lo demás son detalles. Pero no menos importantes.
Isabel II la detesta porque no para de aparecer en los tabloides con declaraciones sensacionalistas. Porque su popularidad (si existió) baja día a día entre los ingleses…, en oposición a Harry, su marido, híper popular.
La acusan de espantar a Edward Lane Fox, fiel secretario privado de Harry, que tiró la toalla y renunció…
Un libro de Robert Johnson, «Carlos a los 70», denuncia constantes choques de Meghan con su cuñada Kate Middleton por su maltrato a los trabajadores de Buckingham.
«Su carácter de m… espanta. No merece ni en sueños el título de Duquesa», resuena con insistencia.
Quiso usar una tiara de esmeraldas de la colección de la reina, pero ésta se negó:
–Mejor una de platino con un diamente… La otra es extravagante.
Isabel II tiene una palabra suave para nombrar lo que para ella merece un denuesto: «Inapropiado».
Eso, inapropiado, juzga el gusto de Meghan por usar pantalones en actos públicos. «¿Por qué no polleras o vestidos?», rezonga…
Ni qué hablar de su ira cuando se enteró de que en Nueva York, para el Baby Shower de su futuro hijo, se alojó en el hotel The Mark, en el Upper East Side… ¡a 75 mil dólares por noche!
Por ahora, lo único que logró es frustar el plan de Harry y Meghan de establecerse no en Buckingham sino en el palacio de Kensington, y construir la marca «Sussex».
Mamá Isabel les bajó el pulgar: ¡rapidito a casa!
Y que nadie lo dude: habrá nuevas tormentas…
El sistema planetario de la Reina Sol sigue en crisis.
Sus astros no responden a las órbitas previstas.
Su Majestad teme el desastre de un agujero negro.
Es cierto: hay días en que preferiría estar muerta.
No puede tomar un five o´clock tea sin recordar los nombres de Camilla, Diana, Meghan… aunque aumente los terrones de azúcar.
En cuanto a su muerte, no hay cuidado. El pueblo de las islas británicas, aunque suceda, no creerá la noticia.
Feliz cumpleaños, Su Majestad.
Fuente: Infobae