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Mariano Rivera, de Puerto Caimito a Cooperstown
Panamá.- La historia de sueños, proezas y sacrificios del panameño Mariano Rivera, camino hoy al Salón de la Fama del béisbol en Cooperstown, Estados Unidos, inició en su natal Puerto Caimito, al oeste de esta ciudad.
En ese apacible poblado de pescadores, sus más cercanos amigos, entre ellos Gonzalo González, todavía recuerdan sus andanzas y cómo a pedradas tumbaba los cocos muy cerca de donde creció, en la calle Tamarindo.
Desde niño soñó con una carrera futbolística, pero una lesión en el tobillo lo obligó a dedicarse a la pesca industrial y a la mecánica, al igual que su padre.
No obstante, la pasión por el deporte era tan grande, que pese a las obligaciones decidió practicar béisbol en un club de aficionados, a cuyos entrenamientos se ausentó inicialmente por no tener dinero para el transporte, situación que más tarde revirtió con mucho esfuerzo y la ayuda de un amigo.
Desde entonces sobresalió por la seriedad, dedicación y la velocidad de su recta, la que junto a su perfil atlético cautivó los ojos de los caza talentos de los Yankees de Nueva York, y en 1990, a los 21 años, firmó un contrato que lo llevó a Estados Unidos, donde inició su carrera profesional como lanzador en ligas menores.
Cinco años después, el 23 de mayo de 1995, ingresó a la Gran Carpa, primero como abridor y después como relevista con su inmortal número 42, el mismo que lo acompañó hasta su retiro en septiembre de 2013.
Su historial de 18 años en las Mayores está lleno de récords: 652 salvamentos, que le permitieron convertirse en el número uno de ese departamento y conquistar tres lideratos, cinco series mundiales y 0,70 de efectividad, la marca más baja en postemporada, entre otros reconocimientos.
Sin embargo, la fama no lo apartó nunca de su origen humilde y al final de cada serie visitaba su pueblo y le contaba a González lo dura que era la vida en Estados Unidos, donde había que ‘pasar páramo’ (dificultades) para lograr las cosas.
Tal vez por eso, la principal premisa de ‘El Expreso de Puerto Caimito’ sea que en la vida no hay nada imposible, y muestra de ello es que pese a no terminar los estudios ni dominar el inglés, logró la diferencia porque tenía ‘sed, hambre y disposición’ para hacer lo humanamente posible y transformar la realidad.
‘Fue difícil, incluso a veces lloraba por frustración, pero aprendí inglés. Solo así logré comunicarme con el manager del equipo, el coach de lanzadores y mis compañeros. Para mí este aprendizaje fue un éxito, pues en lo adelante mi carrera fue diferente’, contó en una ocasión Pili, como cariñosamente lo llaman en su pueblo.
Por ello no resulta casual que sienta admiración por el boricua Roberto Clemente, quien debió lidiar con temas raciales, culturales y de idioma, y Jackie Robinson, el primer pelotero afroamericano en las Grandes Ligas estadounidenses en 1947.
‘Ambos dieron todo por el deporte y por ayudar a otros, de ahí que son modelos a seguir dentro y fuera del terreno’, expresó Rivera, quien gusta de la música cristiana y típica de Panamá, aunque reconoció que no es religioso ni político y en béisbol hizo todo lo que debía hacer.
Ahora dedicará más tiempo para ayudar a los necesitados, porque ‘servir y darle la mano a la gente para que pueda seguir adelante’ es algo que siempre ha hecho, a través de la fundación que lleva su nombre, la cual creó junto a su esposa en 1998 para facilitarle becas a jóvenes con deseos de estudiar y marcar la diferencia.
Con su entrada unánime este domingo al olimpo del béisbol, récord nunca antes alcanzado por un jugador de Grandes Ligas, ‘Apaga y Vamos’ no solo engrosa la lista de los inmortales, sino que corona toda una vida de esfuerzos y méritos propios de una vez y para siempre.
Fuente: Prensa Latina