Jesús, danos tu humildad
Leonor Asilis E.
Rincón Digital
“Es para curar la causa de todas las enfermedades, que es la soberbia, por lo que bajó y se hizo humilde el Hijo de Dios. Tal vez te ruboriza imitar a un hombre humilde, imita al menos al humilde Dios”. (San Agustín).
Esta cita agustiniana es incisiva en cuánto al motivo intrínseco de lo que debe significar para los cristianos el seguir el ejemplo de Jesucristo. En un mundo donde abunda el egocentrismo y la idolatría, es un real desafío el asumir con valor esta gran virtud.
En el libro “Teología de la Perfección Cristiana” de Royo Marín se plantea que la humildad aunque no es la mayor de todas las virtudes, ya que sobre ella están las teologales, las intelectuales y la justicia, principalmente la legal, es ella (la humildad) la virtud fundamental, como fundamento de todo el edificio sobrenatural que sería imposible sin ella, ya que la Sagrada Escritura nos dice: ”Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes”.
Para poner en práctica la humildad debemos poner los ojos en Jesucristo, modelo incomparable de humildad. Es El mismo quien nos dice con tanta suavidad y dulzura: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. (Mt.11, 29)
El, quien siendo Dios se anonado a si mismo y se hizo lo que El hizo, uno como nosotros para amarnos, servirnos y morir por nosotros y darnos la vida.
Hoy más que nunca, debemos imitarle, seguir tras sus huellas, morir a nosotros para que el nazca y crezca en nuestro interior.
Nosotros solos no podremos ser humildes, pero si le pedimos a El que nos enseñe y sobretodo nos de la gracia, podremos.