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Séptima Palabra: “Estamos viviendo una experiencia de prueba y de dificultades, tenemos que confirmar nuestra fe y nuestra confianza en Dios”, Monseñor Francisco Ozoria Acosta
Séptima Palabra: “Padre, en tus Manos Encomiendo mi Espíritu”
(Lucas 23, 46)
Monseñor Francisco Ozoria Acosta
Arzobispo de Santo Domingo
Texto Bíblico: Lucas 23, 46.
“Era medio día; se ocultó el sol y todo el territorio quedó en tinieblas hasta media tarde. El velo del Santuario se rasgó por el medio. Jesús gritó con voz fuerte: Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu. Dicho esto, expiró”.
Siempre me ha llamado la atención esta séptima palabra de Jesús en la cruz. Me llama la atención porque humanamente no se entiende que un ser humano que está agonizando, en el último minuto de su vida, pueda gritar (como dice el texto de Lucas) “con voz fuerte”: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Podría entenderse humanamente hablando, el uso de esa expresión en la cuarta palabra de Jesús: Jesús gritó con voz potente: … Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Jesús grita con voz fuerte porque sabe en quién ha puesto su confianza. Esta es una oración de confianza.
El que había aceptado el cáliz (“Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” Lc.22, 42), sabía en quién ponía su confianza y esperanza.
“Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu”, prácticamente, es una cita del verso 6, del Salmo 31: “En tus manos encomendé mi vida, y tú me libraste, Señor Dios fiel”.
Todo este salmo es la oración del pueblo (del creyente) perseguido y en gran dificultad. En este salmo se profesa la confianza presente que tiene un sólido fundamento: “Dios como roca, refugio y fortaleza”.
“En ti me refugio, Señor: no quede yo nunca defraudado; por tu justicia ponme a salvo. Inclina tu oído hacia mí, ven pronto a librarme, sé mi roca y mi refugio, mi fortaleza protectora”. Tú eres mi roca y mi fortaleza” (Sal. 31, 2-4).
Por tanto, estamos ante una oración de Jesús que confía en el Padre que no lo defraudará.
La inmolación de Jesús, su entrega incondicional llega a este momento de abandono confiado en las manos del Padre.
Estamos viviendo una experiencia de prueba y de dificultades. Una experiencia en la cual tenemos que confirmar nuestra fe y nuestra confianza en Dios.
Por eso al contemplar a Jesús que se entrega en las manos del Padre, pidámosle a ese Jesús el regalo de esa confianza absoluta en Él, ante la situación actual causada por esta pandemia.
Termino esta reflexión con las palabras del Papa Francisco en la bendición Urbe et Orbis, alentándonos como Jesús alentaba a sus discípulos en aquella tormenta:
“Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a esperar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor”.
¡Ave María Purísima!