La curiosa vida de Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, a 164 años de su natalicio
Freud impulsó una de las más sólidas y controversiales revoluciones del siglo XX en la psicología moderna hasta el día de su muerte en Alemania, el 23 de septiembre de 1939.
Hasta comienzos del siglo XIX los problemas mentales eran tratados solamente por especialistas en medicina. Fue precisamente un médico austriaco, Sigmund Freud, quien se dispuso a indagar en las profundidades de la mente y lo hizo de una forma muy particular: a través de la palabra.
Sigmund Freud nació el 6 de mayo de 1856, en la ciudad de Príbor, por aquel entonces perteneciente al Imperio Austriaco, hoy República Checa. A temprana edad sus padres, de origen judío, se mudaron a Viena y desde pequeño mostró un gran interés por saber cómo funcionaba la mente humana. Estudió Medicina, tenía aspiraciones de convertirse en un científico y dedicarse a la neurofisiología. Sus primeras investigaciones se centraron en las células nerviosas y fueron decisivas para su futuro trabajo.
Sus conocimientos de neurología lo llevan a trabajar en la prestigiosa clínica psiquiátrica del doctor Theodor Meynert, donde se especializa en las enfermedades del sistema nervioso y descubre que escuchar a sus pacientes lo llevaba a las palabras y estas, a su vez, constituían las llaves de acceso al inconsciente. Así nació el psicoanálisis y Freud es reconocido como el padre de esta especialidad.
Sin embargo, la comunidad médica de aquel entonces se resistía a aceptar que los problemas podían curarse solamente hablando. Los resultados del psicoanálisis fueron tan contundentes que no tuvieron más alternativas que aceptarlo como parte de la medicina. Sin proponérselo, Freud impulsó una de las más sólidas y controversiales revoluciones del siglo XX hasta el día de su muerte en Alemania, el 23 de septiembre de 1939.
Algunas curiosidades acerca de la vida de Sigmund Freud
Tengo que leer El Quijote
El padre del psicoanálisis no resistió la tentación de leer la obra literaria cumbre de Miguel de Cervantes, «El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha» y para ello aprendió español. Al doctor le interesaba cómo Cervantes plasmó los personajes y la profundidad psicológica de estos, así como su evolución. Se cree que pudo influir en su obra en conceptos tan importantes como el súper yo.
Siempre una mente brillante
Desde muy pequeño, Freud demostró su inteligencia y curiosidad, siendo capaz de leer en alemán, francés, italiano, español, inglés, hebreo, latín y griego. Luego estudió Derecho, Filosofía y Zoología fuera de la universidad, y finalmente se dedicó a la dermatología y la psiquiatría.
En su etapa de estudiante Freud escribía y sus textos destacaban por la elegancia y profundidad, lo que al mismo tiempo era una clara demostración de sabiduría que fue reconocida y premiada. Ganó, entre otros galardones, el premio Goethe de Literatura del año 1930, por su aporte a la ciencia y al conocimiento del ser humano.
La mente de una mujer
Marie Bonaparte, princesa de Grecia y Dinamarca, quien ademas fuera escritora y psicoanalista, en 1925 recibió una carta de Freud, en la que le confesaba: «La gran pregunta sin respuesta a la cual yo mismo no he podido responder a pesar de mis treinta años de estudio del alma femenina es la siguiente: ¿Qué quiere la mujer?».
Finalmente, la francesa saldó su eterna deuda con su maestro cuando lo protegió de la irracionalidad de las autoridades nazis alemanas.
Epistolario relativo y psicoanalizado
En 1932, Albert Einstein envió una carta a Freud preguntándole «¿Por qué la guerra?», por considerarle el científico mejor dotado en el conocimiento de la psiquis humana. Este demoró un mes en contestarle, pero sus palabras dejaron bien claro su posición ante la guerra como expresión de un instinto y, por lo tanto, su erradicación era punto menos que imposible.
La mascota de Freud
«Topsy» era el nombre de uno de los perros chow-chow que tenía Freud, un can que se convirtió en una especie de asistente para el doctor en sus sesiones de trabajo con los pacientes.
Tanta compenetración tenía con su mascota que en 1936 escribió a su amiga y discípula, Marie Bonaparte: «Los motivos por los que se puede querer tanto a un animal como quiero a Topsy, con tanta intensidad; se trata de un afecto sin ambivalencia, de la simplicidad de una vida liberada de los insoportables conflictos de la cultura, los perros son más simples, no tiene la personalidad dividida, la maldad del hombre civilizado, la venganza del hombre contra la sociedad por las restricciones que ella impone».
Freud con su perro Topsy | Foto: Psychology Today
Anna, una «paciente» más
Muchos desconocen que Freud psicoanalizó a su hija, Anna. En su texto «Pegan a un niño» escrito en 1919, el médico austriaco expone cuatro casos o perfiles de mujeres, uno de los cuales hace referencia explícita a su propia hija. Décadas después, Anna Freud, quien se convirtió en la asistente, representante y mano derecha de su padre, explicó en un artículo titulado «Relación entre fantasías de flagelación y sueño diurno» algunas conclusiones sobre su propia persona, tal vez, derivados de las propias sesiones de psicoanálisis con su padre.
¿Austeridad o aversión?
Freud no destacaba ante el sexo femenino por ser un hombre presumido, sin embargo, era una persona pulcra, cuidadoso con su cuerpo y con su ropa. Se duchaba todas las mañanas con agua fría y pareciera que el número tres marcaba su relación con la ropa: poseía tres trajes, tres mudas de ropa interior y tres pares de zapato. Detestaba comprar vestimenta nueva y solo poseía dos corbatas.
Un tabaco en la mano y una penosa enfermedad
De las imágenes que podemos rescatar de Freud, es probable que en la mayoría aparezca con un puro en la mano. Y es que fumaba más o menos 20 puros diarios de su marca favorita, «Don Pedro».
A sus 62 años se le descubre una enfermedad premaligna, leucoplasia, que con el tiempo derivó en un cáncer bucal y lo llevó más de 30 veces al quirófano. Se le colocó una prótesis mandibular y palatina, que fue mal tolerada por Freud y le impedía hablar con normalidad.
Un lugar en la Luna
En honor a la memoria del sabio psicoanalista, un pequeño cráter lunar descubierto poco después de la muerte de Sigmund recibió el nombre de «Freud». Es un pequeño cráter de impacto que se encuentra en una meseta dentro del Oceanus Procellarum, en la parte noroeste del lado visible de la Luna.
Está ubicado a unos pocos kilómetros al oeste de Vallis Schröteri, un valle largo y sinuoso que comienza en el norte del cráter Herodotus, y luego forma un meandro hacia el norte, luego hacia noroeste y finalmente hacia el suroeste, donde alcanza el borde del mar lunar.
Psiconalista y coleccionista
Freud era todo un coleccionista. Entre las cosas que guardaba, sus preferidas eran las estatuillas antiguas. También le gustaba pasear y recoger setas en el bosque, y jugar a las cartas. El médico afirmaba que los objetos de su colección le servían para «concretar mis ideas volátiles o preservarlas de la desaparición». En 1899 escribió: «Mis viejos y sucios dioses colaboran en mi trabajo como pisapapeles».
Acostados en el diván, sus pacientes se veían rodeados de 3.000 estatuillas, jarrones, escarabajos, anillos y otros objetos de la antigua Roma, de Grecia y Egipto, así como de algunas piezas chinas, indias y precolombinas. La sala de consultas, que parecía un caprichoso museo de provincia, contrastaba con el estilo conservador burgués de los demás aposentos del apartamento de Viena donde Freud vivió y trabajó durante 40 años.
El psicoanálisis se volvió parte central de la cultura de occidente en siglo XX, atravesando en gran medida todos los aspectos más importantes de la vida humana. Influyó en la crianza, la educación, la publicidad, los movimientos sociales, en las luchas contra el racismo, en la política, en la aceptación de la diversidad sexual y en todas las artes.
Fuente: TelesurTV