(Poema) Camilo Cienfuegos
El Vigia
Samuel Santana
Por todos los rincones
de Cuba, vi la luz de
Camilo Cienfuegos.
Como si fuera un
cerezo en primavera,
entre hombres
resplandecieron sonrisas
a la mención de
su nombre,
y mucho más entre aquellos
que atravesaron sin temor
montañas, oscuridad, valles
de muerte y que
enfrentaron hambre,
sed y desamparo.
Con la tenacidad de un
fiero león,
Camilo desmoronó las
gruesas cadenas que
aprisionaron a la patria.
Cual vidente anunciador
de quimeras,
anduvo con su tierra atada
al corazón.
América y el mundo
reconocen las flores libertarias
que Cienfuegos sembró en
el pueblo.
Sus palabras fueron lluvias
de rosales que bañaron los
cuerpos de los que anhelaron
un país de aire puro,
de pan, de energía férrea y
de bosques con pájaros
cantando sin temor al olvido.
¿Dónde está la tumba del héroe?
El pueblo masivo,
con devoción desbordada,
quiere depositar margaritas,
amapolas y violetas.
Amigo de los amigos, maestro
del valor y fiel
compañero hasta el combate final.
En el firmamento y en medio
de los astros,
luce radiante como el sol.
Caminando por la Sierra Maestra
y por cúspides húmedas,
busqué sus huellas,
el aroma de sus barbas,
la sagacidad y entrega
conque luchó de pie y esa
gallardía que hizo huir a fieras.
Oh Cuba, Cuba de mi alma,
cuán orgullosa ha de sentirte
con esa estirpe inigualada.
Quisiera que la vida me
diera hasta llegar al lugar
donde su madre impuso su
grande nombre y oír al
silencio dibujando su rostro.
Cuán tenebroso ha de ser el
sendero recorrido por aquellos
que fraguaron la infame traición.
Las hijas de la patria,
hermosas y espigadas como
palmas reales,
cantan su hazaña con la
sonoridad de un poema
esculpido en un santuario.
La densidad de las alturas,
las aguas fluyentes,
los lirios de los valles,
todos ellos se inclinan ante
el recuerdo de su legado.
Pero una sombra tenebrosa,
una desolación atroz,
un escalofrío anatema y un
desfallecimiento lúgubre
postran el vigor de la
amada tierra.
Camilo Cienfuegos,
para los tuyos,
tus ojos pequeños,
lumínicos cual orión
bajo tempestad,
siempre visualizaron la
gloria de un tierno amanecer.
Comandante, ¿dónde descansan
tus botas de
indomable combatiente?
Cuán inmensa fuera América
si en ella habitasen cien
espíritus como tú.
Como saetas marcadas,
el rugir de tu pólvora nunca
espantó los nidos de las
mansas e inocentes golondrinas
ni descuartizaron las
campanas de los sagrados templos.
Lacerando los sentidos,
como el hierro candente
de la falacia,
Cuba se ha quedado con un
profundo vacío.
Si estuvieras aquí,
contigo los nobles caminarían
por las tristes campiñas y por
lo amargo de los ingenios,
entrarían a los callados caseríos,
llorarían con los obreros,
reanimarían los trigales
marchitos y enjugarían las
lágrimas de los
ancianos olvidados.
¡Maldito sea el traidor!;
aquel que,
cegado por la vil ambición,
mató al hermano,
al altruista y a la más pura
lámpara del pueblo.