La Bienal Internacional de Arquitectura y Urbanismo de República Dominicana premia la
La Virgen de la Altagracia, devoción católica desde la época colonial, su historia
La Madre Protectora Espiritual de la República Dominicana
Santo Domingo.- El 21 de enero los católicos dominicanos conmemoran el Día de la Virgen de la Altagracia, madre protectora espiritual de la República Dominicana.
Se celebran numerosos actos religiosos en todo el país, pero el principal acto es oficiado en la Basílica de Higüey, con traslados masivos de feligresía y homilía solemne del obispo, con la asistencia de las principales autoridades del país.
A continuación su historia:
La Virgen de la Altagracia es la Protectora del Pueblo Dominicano (por confusión, muchas personas piensan que es la Patrona del país; la Virgen de las Mercedes es la Patrona). Su devoción, por parte de la población católica, se inició en el país durante el período colonial, de donde pasó a otras regiones de América.
El 12 de mayo de 1512 es erigida en parroquia la villa de Salvaleón de Higüey por el obispo de Santo Domingo, García Padilla. Para esa época, se instalaron en Higüey los hermanos Alonso y Antonio de Trejo, naturales de Placencia, en Extremadura (España), quienes fundaron un trapiche para producir azúcar. Al mudarse estos hermanos a la villa de Higüey, trajeron consigo la imagen de la Virgen de la Altagracia y, más tarde, la ofrecieron a la parroquia para que todos pudieran venerarla.
En su relación del año de 1650, el canónigo Luis Gerónimo de Alcócer dice:
La imagen miraculosa de nuestra Señora de Alta Gracia está en la villa de Higüey, como treynta leguas desta Ciudad de Santo Domingo; son innumerables las misericordias que Dios Nuestro Señor a obrado y cada día obra con los que se encomiendan a su Santa ymagen: consta que la trayeron a esta ysla dos hidalgos naturales de Placencia en Extremadura, nombrados Alonso y Antonio de Trexo que fueron de los primeros pobladores de esta y es la, personas nobles como consta de una cédula del Rey Don Felipe Primero, año de 1506, en que encomienda al Governador desta Ysla que los acomode y aproveche en ella, y aviendo esperimentado algunos milagros que avia hecho con ellos la pusieron para mayor veneracion en la yglesia parroquial de Higüey, adonde eran vecinos y tenían haciendas. Parece que no quiere Dios Nuestro Señor que salga de aquella villa, porque a los principios embiaron por ella el Arzobispo y cabildo de la Cathedral y se desapareció de vn arca adonde la traian cerrada con veneración y cuidado y el mesmo tiempo se apareció en su iglesia de Higüei adonde solia estar; está pintada en un lienzo muy delgado de media vara de largo y la pintura es del nacimiento y está Nuestra Señora con el Niño Jesús delante y San Joseph a sus espaldas.
Y con aver tanto tiempo tiene muy vivos los colores y la pintura como fresca; van en romería a esta santa ymagen de Nuestra Señora de Alta Gracia de toda ysla y de las partes de las Indias que están más serca y cada día se ven muchos milagros que por ser tantos ya no se averiguan ni escriven, algunos en señal de agradecimiento, los hacen pintar en las paredes y otras parte de la yglecia y con ser los menos ya no ay lugar para más; son muchas las lismosnas que se hacen a esta santa yglesia y así está bien proveída de ornamentos y tiene muchas lámparas de plata delante de su santa ymagen.
En 1690, los españoles encabezados por Antonio Miniel invadieron el territorio del Oeste y el 21 de enero derrotaron a los franceses en la histórica batalla de la Sabana Real de la Limonade, pereciendo el gobernador francés Cussy en la acción y retirándose luego los españoles a Santiago. Como las tropas procedentes del Este de la isla elevaron sus plegarias a Nuestra Señora de la Altagracia la víspera del combate, al verse triunfantes iniciaron la celebración de su fiesta religiosa en ese día (21 de enero), en vez del 15 de agosto, costumbre que se ha mantenido a través de las generaciones hasta nuestros días.
En 1692 el arzobispo Isidoro Rodríguez Lorenzo escribió una carta dirigida “a todos los fieles cristianos, estantes y habitantes, vecinos y moradores de este nuestro arzobispado” en donde por primera vez aparece una autoridad eclesiástica aprobando como buena y válida la fiesta de los 21 de enero.
Al pasar el tiempo, se perdió el conocimiento del origen de la imagen. Fue el padre Gabriel Benito Moreno del Christo quien años después inventaría la leyenda del “Viejo, los Dos Ríos y del Sueño Misterioso”, que el poeta y escritor Rafael Deligne recogió en su obra Encargo Difícil y por igual el escritor y también poeta Juan Elías Moscoso en su obra Chiquitica de Higüey. Pero la leyenda surge debido a vacíos en la historia y, unida a los datos históricos, nos dan una percepción de lo que fue la realidad. La leyenda y la historia se complementan.
A principio del siglo 20, Monseñor Arturo de Meriño, Arzobispo de Santo Domingo, pidió a la Santa Sede la concesión de Oficio Divino y Misa Propia para el día de la Virgen de la Altagracia suplicando, además, que fuese como festividad de precepto los 21 de enero, ya que los 15 de agosto no se podía pues la Iglesia Católica celebraba en esa fecha el Misterio de la Asunción de la Virgen a los Cielos. El pedimento fue aprobado y la concesión es efectiva para toda la Arquidiócesis de Santo Domingo. El 21 de enero fue declarado oficialmente día no laborable y de fiesta nacional en todo el territorio nacional durante el gobierno de Horacio Vásquez.
La imagen de Nuestra Señora de Altagracia tuvo el privilegio especial de haber sido coronada dos veces. El 15 de agosto de 1922, en el pontificado de Pío Xl, sobre el Baluarte 27 de Febrero o Puerta del Conde fue canónicamente coronada Nuestra Señora de la Altagracia, traída desde su Santuario de la Villa de Higüey, hasta la Capital de la República.
El Papa Juan Pablo II, durante su visita al país, coronó personalmente el 25 de enero de 1979 a la imagen con una diadema de plata sobredorada, regalo personal suyo a la virgen.
La advocación de la Virgen de Altagracia es muy popular, concurriendo a su santuario todos los años numerosas romerías que van desde los más apartados confines de la isla a ofrendarle los votos y promesas hechas en momentos de tribulación. Su santuario se encuentra en la ciudad oriental de Salvaleón de Higüey.
El lienzo del cuadro de Nuestra Señora de la Altagracia es pequeño y según la opinión de los expertos es una obra primitiva de la escuela española pintada a finales del siglo XV o muy al principio del XVI. No se conoce ningún documento que se refiera al origen del lienzo y en los testimonios de información hechos en Santo Domingo a instancias de Simón de Bolívar, en 1569, mayordomo del Santuario de Higüey, no se consigna nada al respecto. El arzobispo Francisco de Cueba y Maldonado, quien se preocupó por la conservación del cuadro, dijo que él sólo sabía lo que contaba la tradición popular.
El cuadro mide unos 42 centímetros de ancho por 54 centímetros de alto y completa la estampa de Apocalipsis 12. Muestra a la “mujer” de Apocalipsis 12:5 que acaba de dar a luz un Hijo, con San José al lado. Tiene la corona de 12 estrellas, simbolizando los doce apóstoles; muestra la “alta gracia ” de María, ser Madre de Dios, reina de la iglesia y del cielo, simbolizado por las estrellitas de su manto. El lienzo, que muestra una escena de la Natividad, fue exitosamente restaurado en 1978, pudiéndose apreciar ahora toda su belleza y su colorido original, pues el tiempo, con sus inclemencias, el humo de las velas y el roce de las manos de los devotos, habían alterado notablemente la superficie del cuadro hasta hacerlo casi irreconocible.
El marco que sostiene el cuadro es posiblemente la expresión más refinada de la orfebrería dominicana. Un desconocido artista del siglo XVIII construyó esta maravilla de oro, piedras preciosas y esmaltes, probablemente empleando para ello algunas de las joyas que los devotos han ofrecido a la Virgen como testimonio de gratiud.
La Leyenda
Según la tradición narrada por Monseñor Juan Pepén en su libro “Donde floreció el naranjo”, Cuando todavía se encontraban restos de la indígena raza en región de Hicayagua, vivía con su familia en Higüey uno de los antiguos colonizadores españoles, que difrutaba de una buena fortuna y gozaba de merecida fama y del aprecio y estima de las altas dignidades de la colonia.
Tenía la costumbre de viajar a la ciudad de Santo Domingo, en épocas señaladas, con el objeto de vender su ganado para proveerse de los menesteres de su hogar.
En una ocasión, y a principio de enero, el buen padre emprendió uno de esos viajes, trayendo el encargo de sus dos hijas, jóvenes ambas. La mayor, alegre y muy dada a los divertimientos pidió que le llevase vestidos, cintas, encajes y otros aderezos; la otra, apenas en las catorce primaveras de la vida, y a quien llamaban la Niña en el lugar, era, por el contrario, de espíritu recogido, entregada a las prácticas religiosas, encargó a su padre una imágen de la Virgen de Altagracia, que había visto en sueños.
Extraña fue para él, que nunca había oído hablar de tal Virgen, la petición de su hija; pero así y todo, ella afirmó que la encontraría en su viaje.
De regreso a sus predios, con los regalos de la hija mayor, llevaba el amoroso padre el hondo pesar de no haber conseguido la Virgen de Altagracia para la Niña. La había buscado por todas partes, y no encontrándola, la solicitó de los Canónigos del Cabildo y aún del mismo Arzobispo, quienes le contestaron que no existía tal advocación.
Al pasar por la localidad Los Dos Ríos, pernoctó en la casa de un viejo amigo. Mientras cenaba con la familia, refirió el caso de la Virgen desconocida, manifestando el sentimiento de aparecerse en su casa sin llevar el encargo que le había hecho su hija predilecta.
Entonces, un viejo de barba blanca, que había pedido le dejasen pasar allí la noche, desde el apartado rincón en que estaba sentado, se puso en pie y, adelantándose hacia la mesa de los comensales, dijo: “¿Qué no existe la Virgen de Altagracia? Yo la traigo conmigo.” Y echando mano de su alforja, sacó el pergamino y desenvolvió la pintura en lienzo de una preciosa imagen que era la de María adorando a un recién nacido que estaba en sus pies en una cuna.
Luego, el afortunado padre, viendo realizado el ideal de su fervorosa hija, reiteró sus promesas al generoso peregrino, invitándole a que pasase a su casa cuando quisiera para recibir la recompensa de su donativo. Al rayar la aurora del nuevo día, se despertó la recocijada familia, y cuál fue su sorpresa al buscar y no encontrar por ninguna parte al misterioso aparecido.
Cuenta la tradición que, acompañada la piadosa doncella de varias personas, recibió a su padre en el mismo lugar donde hoy se encuentra el Santuario de Higüey, y que, lleno de alborozo en sus salutaciones, entregó aquél a su hija el tan esperado regalo.
Ella, al pie del naranjo que aún se conserva a pesar de los siglos, mostró a los concurrentes en aquél día 21 de enero, su soñada imagen y, desde ese momento, quedó establecido el venerado culto de la Virgen de Altagracia, confundida en sus principios con el nombre de la “Virgen de la Niña”.