Solemnidad de San Pedro y San Pablo
Leonor Asilis
Rincón Digital
La Iglesia celebra la Solemnidad de San Pedro y San Pablo. Es una de las fiestas más antiguas y solemnes del año litúrgico y siendo la cristianización de una celebración pagana que exaltaba la figura de Rómulo y Remo, los míticos fundadores de la Ciudad Eterna.
San Pedro y San Pablo, en efecto, aunque no fueron los primeros en llevar la fe a Roma son realmente los fundadores de la Roma cristiana.
Son recordados de forma especial en varias fechas: 25 de enero, conversión de San Pablo, 22 de febrero, cátedra de San Pedro, y 18 de noviembre, dedicación de las basílicas San Pedro y San Pablo.
A ellos se les llama, columnas de la Iglesia, y no es para menos. Empecemos por el primero, San Pedro, a quien Jesús le dijo que era la roca sobre la cual edificaría su Iglesia. Y es que Pedro, era siempre el primero en todo, el más decidido siempre.
De ser simple pescador, Jesús lo convertiría en pescador de hombres y cuya misión se ha perpetuado en los Papas a través del tiempo. Veamos el origen de la palabra Papa que viene del latín y está compuesta por las iniciales que reseño a continuación: P P-etrus (Pedro); A Apostolicis (Apóstol); P Potestatum (Tiene potestad, autoridad); A Accipiens (Que tiene acceso). Es decir, que Papa significa que tiene acceso y autoridad del Apóstol Pedro. Mucho podemos abundar sobre la figura apasionada de Pedro, sin embargo, me fijo en una.
La más triste y a la vez tierna en su desenlace. Recordemos como previo a la Pasión de nuestro Señor, Jesús le profetizó que lo negaría tres veces antes de que el gallo cantara. Lamentablemente, así fue. Pedro que siempre fue el más resuelto y dinámico entre los apóstoles, negó al Maestro.
En otras palabras, flaqueó, fue cobarde. Pero Jesús, posteriormente y en su misericordia, con solo una mirada llena de amor le confirmó en su amor. Con este hecho, recordó Pedro su traición y lloró amargamente.
Cuenta la tradición que de tanto llorar le surgieron dos grandes surcos debajo de los ojos. Sin embargo, aceptó el amor y el perdón para su salvación. Así es Dios. Dios es amor y misericordia. Siempre nos acoge y nunca nos rechaza. ¿Podría alguno preguntar, y entonces que le pasó a Judas? Sencillamente, no aceptó el perdón de Dios. Se desesperó, se ahorcó y a sus pies las treinta monedas. Seamos como Pedro aceptando siempre el amor de Dios.
Vayamos ahora a San Pablo, otro gigante de la Iglesia. Conocedores de su historia y conversión intensa. De perseguidor de los cristianos ha perseguido por ser cristiano. Pablo fue conquistado por la gracia divina en el camino de Damasco.
Después de encontrarse con Jesús en su camino, se entregó sin reservas a la causa del Evangelio. Gracias a la gracia de Dios en él, fue apóstol de los gentiles. Intrépido y audaz, sabio y humilde, persistente y tenaz, nos legó en sus bellas cartas, lecciones de lo alto, inspiraciones divinas, legado eterno y ruta segura en la búsqueda de la santidad. También a Pablo se le reservaba como meta lejana Roma, capital del Imperio, donde, juntamente con Pedro, predicaría a Cristo, único Señor y Salvador del mundo. Por la fe, también él derramaría un día su sangre precisamente en este lugar, uniendo para siempre su nombre al de Pedro en la historia de la Roma cristiana.