Putin tiene un ejército grande con goteras
A la pregunta de por qué mueren tantos generales y coroneles rusos en esta guerra, el militar español lo atribuye a dos factores: sus teléfonos, por los que son fácilmente geolocalizados, y también por la necesidad de acudir a la primera línea de acción para subir la moral de la tropa…
Por Manuel Campo Vidal
Crónica Política
Cuando se cumplen 80 días de guerra en Ucrania, ya hay miles de escritores analizando y novelando la gesta de sus habitantes que resisten al poderoso ejército ruso. Esos ensayos y novelas deberán partir de una constatación ya evidente: Putin no tiene un gran ejército; tiene un ejército grande, que no es lo mismo. Multiplica a los ucranios por diez, y si hace falta por cien, en número de blindados, de misiles, de soldados y hasta de generales. De todo dispone de abundante repuesto. Pero no tiene un gran ejército, armas nucleares aparte, con las que amenaza constantemente para limitar la ayuda occidental a Zelensky. Ni potente tecnológicamente, ni brillante en sus movimientos estratégicos y, quizás lo peor, con una moral de victoria muy debilitada.
Un general del ejército español consultado lo explica así: “Mientras los ucranios sienten la defensa de su país con patriotismo, casi la mitad de los soldados rusos combatientes son de reemplazo. Los movilizaron para el servicio militar obligatorio, les dijeron que iban a Bielorrusia a unas maniobras y se han encontrado combatiendo en Ucrania sin entender nada. De ahí su desmoralización”. A la pregunta de por qué mueren tantos generales y coroneles rusos en esta guerra, el militar español lo atribuye a dos factores: sus teléfonos, por los que son fácilmente geolocalizados, y también por la necesidad de acudir a la primera línea de acción para subir la moral de la tropa y de paso tratar de entender el desbarajuste organizativo que están protagonizando.
La otra conclusión a casi tres meses del inicio de la invasión, es que Putin, en contra de lo que presume, no es un brillante estratega. Invade Ucrania, alarmado por su coqueteo con la OTAN -ciertamente imprudente- y dos países bálticos tradicionalmente neutrales como Finlandia y Suecia, atemorizados por lo que está sucediendo, piden el ingreso urgente en la Alianza. Quizás lo impida Turquía porque puede imponer su veto, pero a Putin le está saliendo el tiro por la culata. Ha perdido la guerra de la comunicación -Zelensky puede ser hoy el ciudadano del mundo más admirado y Putin el más odiado-; ha perdido la guerra diplomática, según las condenas en organismos internacionales; libra un pulso muy duro en la pugna energética desatada y está por ver cuáles son las consecuencias reales para Rusia de las sanciones económicas impuestas por la Unión Europea, que también golpean las economías occidentales, como es perceptible.
Entretanto en Estados Unidos, mientras su economía se beneficia de este conflicto por la venta de armas, tecnología, petróleo y gas, algunos veteranos del Departamento de Estado advierten de los riesgos de la situación actual, ¿Se acuerdan de Henry Kissinger, aquel todopoderoso secretario de Estado que no llegó a Presidente porque había nacido en Alemania? Pues Kissinger aún vive. Cumplirá cien años en 2023 y está a punto de publicar un nuevo libro. Josep M. Colomer, investigador en Georgetown, escuchó decir a Kissinger días atrás en un coloquio en Washington, que los rusos, desde una perspectiva de guerra fría, se sintieron ofendidos por la absorción de la Europa del Este por la OTAN. Kissinger, que advierte que ahora mismo nadie sabe a dónde vamos, señala que Ucrania no debería unirse ni al Este ni al Oeste y que lo mejor sería que funcionara como un puente entre ambos. Este hombre, que se reunió en veinte ocasiones con Vladimir Putin, sostiene que “todavía hay espacio para la negociación”. Dios le oiga.
El autor es periodista y profesor de Comunicación.
Twitter: @mcampovidal