Mi experiencia en Inglaterra: Educando a George
El autismo abrió mis ojos a nuevas posibilidades y capacidades.
Por Ambiorixa Tueros
Especial para Aplatanao News
Durante mi educación primaria y parte de la secundaria desarrollé una forma muy particular para aprender mis lecciones y hacer mis deberes escolares: convertía la terraza del patio trasero en un salón de clases. Leía las lecciones varias veces y luego las explicaba a mis muñecas y osos de peluches, los que por años jugaron el papel de una excelente audiencia. Eso sin imaginar que al pasar del tiempo la vida se encargaría de ponerme en el camino la oportunidad de trabajar en el área educativa.
Incursioné en la enseñanza al llegar a Inglaterra y hacerme madre. Buscaba un empleo que me diera la libertad de ser madre presente en la vida y educación de mi hija, así que decidí comprar una franquicia en un club de enseñanza de español para niños de educación primaria. El club me llevó a una de las escuelas primarias del pueblo donde resido, y en la misma se presentó la oportunidad de trabajar como supervisora de la hora de almuerzo y recreo. Allí surgió un amor inexplicable por lo que se hace en las escuelas. Debo confesar que me enamoré de la educación primaria, pero no sólo de lo que es capaz de lograr, me enamoré también de todo lo que puedo aprender de los niños.
Más tarde y movida por el amor del que ya les conté decidí seguir incursionando y se presentó la oportunidad de convertirme en maestra sombra, o “one to one” como se le llama en Inglaterra a las personas encargadas de apoyar a los niños que presentan necesidades especiales. En Inglaterra un gran número de escuelas regulares cuenta con un departamento de Educación Especial o SRP por sus siglas en inglés. Estos son centros o aulas dentro de las escuelas regulares designados a proveer el apoyo adecuado a niños con necesidades especiales como Trastorno del Espectro Autista (TEA) Y Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).
Inicié mi nueva labor llena de bríos y con un deseo inmenso de aprender todo lo necesario para desempeñarme de la mejor manera. Como maestra sombra debía acompañar y apoyar a George, un niño autista no verbal con la necesidad de buscar constante estimulación sensorial a través de ruidos, el tacto a personas u objectos y mecerse de un lado a otro. El trabajo más físico que he realizado en toda mi historia laboral. Mi cuerpo se convirtió en su centro de equilibrio.
George con tan sólo cuatro años tenía una curiosidad inmensa por la vida y por todo lo que le rodea; con una memoria fotográfica increíble no era capaz de expresar lo que sentía, pero sí de decir el nombre de cada animal e insecto existente sobre la faz de la tierra, recordar cada nueva palabra y leerla al verla de nuevo en cada una de sus historias favoritas. La labor de la escuela en este caso era proveerle de una educación digna, al igual que la que se les proporcionaba a sus compañeritos de salón, para hacer posible un futuro desempeño en la vida cotidiana adulta. A pesar de las limitaciones que George presentaba a la hora de controlar las emociones cada niño en el salón lo recibió como uno más de la clase. Cada uno de esos niños de entre cuatro y cinco años entendió de inmediato que George era diferente, pero no menos que ellos y no cesó en ayudarme a hacer su experiencia mucho más placentera. Lo que me convenció de que la inclusión más que reconocer y aceptar nuestras diferencias es un instrumento de paz.
Cada día estaba impregnado de abrazos, los que en la mayoría de las veces para George no significaban más que una manera de regular su funcionamiento sensorial, pero hubo momentos en que su mirada, mi cara entre sus manos y sus esfuerzos por compartir su merienda conmigo me hacían experimentar una de las formas más puras de amor.
Incentivar el uso de la palabra hablada a través de sesiones de terapias del lenguaje y la utilización de los diferentes recursos disponibles hicieron posible que después de unos meses George pudiera juntar palabras y decir oraciones completas. Recuerdo el día en el que al querer salir a jugar al patio me dijo: ¡Abre la puerta! Ese día me convencí de que nada sucede de manera casual y de que nuestra misión en esta vida está cien por ciento ligada a actividades que nos permitan dar y recibir amor de manera incondicional.
Mis días como maestra sombra de George terminaron, pero continúo trabajando en el área de Educación Especial como asistente de maestra y cada uno de los niños con autismo y con Déficit de Atención e Hiperactividad con los que trabajo me ha enseñado a ver el mundo de manera distinta. A entender que hemos sido creados como entes individuales que pertenecen a un todo y que como tal funcionamos y nos desenvolvemos en la escuela y en cada área de la vida. Esos niños maravillosos a los que la vida ha puesto en mi camino me han ayudado a entender que no importa como funcione nuestro cerebro todos tenemos capacidades que desarrollar y explotar y la educación juega un papel importante en hacerlo posible. La educación consciente, concebida con dos ingredientes primordiales: inclusión y amor.
El autismo abrió mis ojos a nuevas posibilidades y capacidades. A un mundo lleno de protestas, incomodidades, lágrimas, camisetas que pican, ruidos molestos, berrinches y obsesiones, pero también un mundo lleno de ideas geniales, metódicas, profundas, pasión por lo que se elige hacer, carcajadas incómodas, respuestas inesperadas, persistencia, empatía y amor. Un inmenso y profundo amor.
Nota
El artículo narra la historia personal de la autora, quien a lo largo de su vida ha encontrado una profunda conexión con la educación, desde su infancia hasta su trabajo con niños con necesidades especiales, resaltando cómo la inclusión y el amor son fundamentales en este proceso educativo, y cómo el autismo le ha mostrado un mundo lleno de desafíos pero también de capacidades únicas y un amor inmenso.