Tendencias de la moda que arrasarán esta primavera-verano 2025
(Cuento) Nidos de ratones
El Vigia
Samuel Santana
A todos alguna vez se nos ha perdido algo.
Esta pérdida puede haber sido un anillo, una cadena de oro, una prenda de vestir, un objeto muy valioso…
Hace algún tiempo mi tío vivió esa experiencia.
El tenía una carnicería muy prospera.
Cada semana sacrificaba una vaca.
Cuando la carne estaba disponible, el sonaba un caracol y todo el mundo llegaba. Mi padre le llamaba jututo al objeto.
La casa de mi tío era grande. Tenía varias habitaciones y una sala con unos muebles comprados en el pueblo. Al frente había un jardín con flores de colores.
A poca distancia puso la carnicería y una bodega.
Los hombres que iban hacia sus fincas se detenían para comprar comida, andullo y gas para las jumiadoras o lámparas.
Un día mi tío empezó a notar que faltaba dinero en la venta de la carne.
“Esta res no dio lo que tenía que dar”, le dijo a su mujer.
“Pedro, asegúrate de contar bien el dinero”, le dijo Altagracia.
“No puede ser que a una vaca de 600 kilos se le saquen solo mil trescientos pesos”, dijo mi tío.
“¿Verificaste la venta a crédito?” preguntó su mujer.
“Algo no anda bien”, respondió mi tío.
Con el paso del tiempo era tanta la perdida que pensó en quitar el negocio.
“Vamos a ver qué es lo que en realidad está pasando’, dijo su mujer. “Esperemos”.
Después de un mes, mi tío le presentó una conclusión a su mujer.
“Creo que Aureliano nos está engañando”, le dijo.
“¿Aureliano?” preguntó su mujer un tanto sorprendida.
“No hay otra explicación”, dijo mi tío.
Todo el mundo conocía a Aureliano como un tablajero amable y responsable.
“Mujer, muchas veces las apariencias engañan”, dijo mi tío. “No todo lo que brilla es oro”.
Aunque nunca le decían nada, mi tío y su mujer solo observaban a Aureliano.
Era un hombre callado y concentrado en el trabajo.
Tenía tres hijos. Para ayudar en el sustento de la familia, su mujer lavaba y planchaba en las casas de las familias acomodadas.
Aunque mi tío mantenía la intención de sacarlo de la carnicería, su esposa siempre le presentaba argumentos contrarios.
“¿Qué prueba tienes tu para quitarle su trabajo?” le preguntó ella. “Dale tiempo al tiempo. Si de verdad él está siendo injusto algún día se sabrá. Dios no deja nada oculto. Siempre que a las personas se les pierde algo prontamente en el pensamiento acusan a alguien aun cando no están seguras”.
Un día mi tío decidió remodelar la carnicería. Principalmente cambiaría el techo de palmera por uno de láminas de zinc.
Al mediodía, cuando los hombres estaban retirando la techumbre, de pronto se encontraron con varios nidos de ratones.
Aunque los nidos estaban llenos de criaturas muy pequeñas, los roedores empezaron a saltar y a correr por todas partes.
“¡Don Pedro venga a ver!” gritó uno de los hombres.
Mi tío se sorprendió cuando se acercó a uno de los nidales. No podía creer lo que estaba ante sus ojos. Era un enorme nido hecho mayormente con billetes de todos los colores.
Cuando la venta de la carne terminaba, mi tío guardaba el dinero aun sin contar dentro de un cajón. Durante la noche las ratas a punto de parir empezaban a cargar las papeletas para hacer sus nidos.
Muchos de los billetes quedaron inservibles. Los ratones los habían roídos.
En ese instante mi tío miró a su mujer pero no se atrevió a decir nada. Le causó temor y vergüenza el solo pensamiento de lo que habría sido la cancelación de un trabajador honrado e inocente.
Aprendió a partir de ese instante a tener mucho más cuidado antes de atreverse a juzgar a alguien.
Autor: Samuel Santana es periodista y escritor. Reside en Estados Unidos y publica para Amazon