Duarte: revolucionario indeclinable
La Cuartilla
Néstor Medrano
Muchos de quienes se abalanzan en teorías añejas y embaucadoras con interés de despertar el ánimo de una sociedad integralmente avasallada por la hipocresía de un sistema, se sujetan de viejos instrumentos de lucha que no son efectivos en ese interés de remover la conciencia. También fabulan hechos e historias con el deseo profundo de atenuar el fuerte impacto que produjo Juan Pablo Duarte en la historia dominicana.
Los pueblos despiertan cuando duermen ajenos a una realidad que les mutila la aspiración y los sueños. Eso es cierto. República Dominicana ha despertado y reaccionado de manera heroica ante coyunturas que realmente han causado derramamiento de sangre y mutilación del ser nacional.
Ha existido una conciencia. Hemos tenido procesos como el de la intervención e invasión haitianas, que por ejemplo traumatizaron el espíritu y la dignidad de los dominicanos desde el 1822 hasta el 1844. Los dominicanos fueron dominados, hambreados, vapuleados por haitianos de la estirpe funesta de un Jean Pierre Boyer y un Charles Herald.
Robaron tierras, persiguieron a hombres y mujeres, implantaron su torrentosa cultura, borrando de la faz del país los reductos de una identidad y de las libertades más elementales. Entonces apareció Juan Pablo Duarte, antes lo había hecho José Núñez de Cáceres, unido a convicciones independentistas sumó esfuerzo embrionario contra otro país que nos usurpaba autoridad y soberanía; pero fue más un ensayo sin fuerza de apoyo real. Duarte era un joven revolucionario con visión, quien hastiado del reino de sombras, sangre y dolor en contra de su país, reunió a lo mejor de la juventud de su época, a la cual formó y orientó, sembrando el germen revolucionario que junto a los trinitarios terminaría con la tiranía de los invasores.
Juan Pablo Duarte fue un hombre de una dignidad y de una solidez moral incuestionables. Revolucionario con visión, hay que repetirlo, que pagó en carne propia y fue sujeto de una persecución encarnizada, primero por los haitianos invasores y luego por el anexionista y déspota criollo Pedro Santana.
Hatero conservador enemigo de la dominicanidad, en todo momento mostró su desconfianza en la capacidad de los dominicanos para regir su propio destino.
Pedro Santana envió penosamente al exilio a Manuela Diez, la madre del Padre fundador de la República, a sus hermanas y a Manuel, su hermano menor, que por los tantos zarpazos recibidos perdió la razón.
A todos los sacó del país. Juan Pablo Duarte fue victima de la más descarada traición de un hombre trastocado en un matón a sangre fría, que se hizo una Constitución que le daba poderes absolutos para hacer y deshacer a su antojo, imponer el imperio de las armas y forzar una dictadura que asoló de hambre y dolor al pueblo que había sufrido desde siempre los embates del asedio.
Otra de las páginas negras del dictador Pedro Santana retumba en los anales de nuestra historia y lo coloca en el lugar más apartado de la razón dominicana.
Al cumplirse el primer aniversario de la Indpendencia Nacional, el 27 de febrero de 1845, fusiló a la heroína Maria Trinidad Sánchez, tía de otro de los padres de la Patria, Francisco del Rosario Sánchez. Muchos han criticado la intransigencia de Juan Pablo Duarte ante principios para él indeclinables como la soberanía nacional sin protectorados ni justificaciones que comprometieran el interés nacional.
Quienes lo critican son capaces de advertir todavia hoy, con esa ligereza entreguista y arribista de espíritu y corazón que no se puede ser tan rígido y extremista en posiciones y que para mayor apertura y logro de objetivos, existe la negociación.
Juan Pablo Duarte era un hombre de pensamiento sólido. Vertical, sin fisuras. Juan Pablo Duarte fue el revolucionario que despertó a la Patria bien amada cuando la misma quedó estremecida por el golpe brutal de un país con ínfulas de imperio, que aprovechó las sangrientas hordas de un Ejército numeroso para llenar de sangre y horror la parte oriental de la isla.
Juan Pablo Duarte padeció una doble suerte, la persecución de los haitianos y luego la traición todavía peor de Pedro Santana y de otros que como él veían al prócer trinitario como una amenaza para sus intereses y ambiciones unipersonales.