Edificios flexibles: arquitectura adaptativa
Por Yermys Peña
Más que nunca, necesitamos edificios que puedan adaptarse a lo que traiga el futuro. Pero la flexibilidad en sí misma siempre ha sido un concepto maleable. ¿Se puede lograr?
Si no estaba claro antes de Covid, ahora es dolorosamente obvio de que el diseño de nuevos edificios ya no puede basarse en la idea de que conservarán su función original para siempre. Y a medida que el sector de la construcción mira hacia un futuro con cero emisiones netas de carbono, el futuro exige que la reutilización adaptativa se considere con mayor frecuencia, o incluso que se convierta en algo habitual.
Entonces, ¿Qué podemos aprender de la forma en que nuestra sociedad y nuestros edificios se han adaptado, o no? ¿Qué los hace flexibles, adaptables o transformables? ¿Es suerte? ¿O hay algún tipo de fórmula mágica, una esencia de adaptabilidad, que ahora, como una vacuna, debe inyectarse en nuestros diseños?
Hoy, construimos edificios de 100 años que tienen necesidades en evolución y cambio constante. Con frecuencia, estas estructuras se vuelven obsoletas en tan solo 5 o 10 años. Debido a que los ciclos de financiación son largos, las reconfiguraciones importantes son poco probables, altamente perturbadoras y costosas cuando ocurren. Los edificios que se cree que no se pueden adaptar se demuelen y reemplazan prematuramente. Diseñar plantas abiertas anticipa y facilita la reconfiguración de las instalaciones de espacios y estructuras, de modo que el cambio pueda ocurrir mientras se minimiza la interrupción de los espacios vecinos y apoya un mayor grado de toma de decisiones local.
El enfoque crea escenarios permanentes para un cambio continuo, incremental y, hasta cierto punto, autónomo. Hemos visto, desde que inicio la pandemia, un cambio profundo en nuestros hábitos de vida y de trabajo, y un impacto correspondiente en los espacios que ocupamos. Escuelas con aulas vacías porque han perdido dos tercios de su capacidad debido al distanciamiento social impuesto. Nos mantenemos alejados de nuestras oficinas o regresamos en grupos selectivos durante uno o dos días a la semana.
Trabajamos en casa, tal vez en espacios improvisados encerrados en lugares cerrados, y descubrimos calidad o frustración en los espacios de nuestras casas. Muchos de nuestros recursos sociales, de entretenimiento, culturales y religiosos quedaron vacíos frente a las prohibiciones de grandes reuniones. Pero no solo la pandemia, de forma natural cuando como consecuencia de la desaparición de un servicio o la evolución tecnológica los edificios deben ser reutilizados. Algo que actualmente estamos viendo en los comercios con la aceleración de las compras online y los grandes centros comerciales.
Para lograrlo, podemos señalar algunos criterios que nos ayuden con éxito a hacer la transición de paradigmas de diseño más adaptables, matizados y versátiles para trabajar, vivir, recuperarse y aprender, como sistemas estructurales que apunten a plantas abiertas, sistemas (eléctricos, sanitarios, climatización, etcétera) independientes y descentralizados, que permitan alterar diferentes partes de un edificio anticipando la reutilización adaptativa.
El impacto a gran escala del cambio climático que se acelera ante nuestros ojos, ahora complicado por la pandemia, nos llama a ser ágiles, flexibles y más abiertos en la planificación de los entornos urbanos. La arquitectura flexible se adapta a nuevos usos, responde al cambio en lugar de estancarse. Comprender cómo ha sido concebido, diseñado, fabricado y utilizado nos ayuda a comprender su potencial para resolver problemas actuales y futuros asociados con el cambio tecnológico, social y económico.
La autora es arquitecta, especialista en ciudades inteligentes y sostenibles.
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