El Discurso del Rey
ViBa la Comunicación
Vilma Batista
Una de las herramientas de comunicación que más disfruto colaborar es con la elaboración de un discurso, usualmente requerido por un personalidad destacada en su campo de acción ya sea como figura pública, un alto ejecutivo empresarial, un político un artista o un deportista.
Hago énfasis en colaborar porque el rol de un buen estratega de comunicación es contribuir con su expertise para tomar las ideas que nuestro asesorado desea comunicar, aportando en la forma para poder emocionar y convencer a la audiencia intentando captar y mantener la atención.
El fondo debe ser la esencia del asunto, dirigida a una audiencia usualmente cautiva, con la finalidad de producir un comportamiento favorable mediante argumentos válidos presentados magistralmente entre matices en la introducción, desarrollo y conclusión.
Aunque dominemos las técnicas generales para la elaboración del discurso, será el conocimiento de la persona y su visión junto con el olfato de asesor para integrar el uso justo de metáforas, paradojas o repeticiones lo que podrá hacer espacio para una conexión, ya que sin este ingrediente, podría caerse en redundancias que más que motivar a nuestro público hagan que se canse y desconecte.
Una referencia muy oportuna a este ejercicio es la película dramático-histórica El Discurso del Rey, cuya trama se centra en el reto del duque Jorge de York quien era tartamudo y, cuando Eduardo VIII abdica del trono, se apoya en el fonoaudiólogo australiano Lionel Logue para que lo ayude a realizar su primer discurso vía transmisión de radio, para hablar a la nación británica sobre la declaración de guerra a Alemania en 1939.
En esta producción del 2010 se profundiza en la estrecha relación que se establece entre los protagonistas Jorge y Lionel, como eje central en la empresa que juntos asumen y en todo el contexto audiovisual del filme se busca recrear el sentimiento de opresión del monarca en ese momento.
La tartamudez, la timidez, una dicción deficiente, un timbre de voz muy agudo o muy débil, gesticular de manera desproporcionada y sudoración extrema son algunas de las condiciones que muchas veces hay que lidiar al momento de hacer equipo y siempre hay que luchar con la tentación de agregar mayor presión al querer imponer un estilo contrario al natural de la figura, usualmente apostando a uno más ceremonioso, manipulador y rebuscado que no vaya acorde con la tendencia actual de comunicación clara y fluida.
Para los profesionales de la comunicación contar con un orador nato siempre es ganancia porque sólo hay que acondicionar su ya natural capacidad de expresión persuasiva que se reconoce a los grandes líderes en cuanto a su habilidad para mover a la gente.
Es ahí donde se hace indispensable tener el perfil del discursante extra claro para dentro de sus características únicas potencializar las que conectan y minimizar las que por el contrario, general rechazo.
En nuestro pais todavía tenemos el referente de discurso político a las entregas de Juan Bosch, José Francisco Peña Gómez y Joaquin Balaguer, 3 oradores reconocidos por su capacidad discursiva a nivel mundial, cada uno con un estilo particular e histriónico propio del momento histórico que les tocó vivir.
A los más contemporáneos nos queda recordar que un discurso debe ser un traje a la medida del orador, no una camisa de fuerza que a leguas trasmita la incomodidad de hacer o decir las cosas contrariamente a la visión, creencias y sentimientos del portavoz, con palabras que no representen lo que realmente crea y sienta.
La finalidad de un discurso político siempre deberá ser conectar con el bien común y despertar la esperanza de un futuro mejor.
Una fórmula que no falla al discursar exitosamente es sentirse bien en su propia piel, ser entretenido, transparente, conciso y veraz.