El mundo se está enredando demasiado
Manuel Campo Vidal
Crónica política
La señal de alarma la tenemos a diario en las gasolineras, los supermercados, las bolsas, los bancos y los billetes aéreos. Aunque no se leyeran periódicos y enmudecieran las televisiones, radios y redes sociales, la ciudadanía percibiría igual que aquí pasa algo profundo, que incluso va a peor.
Los gobiernos de Europa y de América subvencionan algunos productos para poner un parche de alivio al picotazo de cada factura. Pero ¿Cuánto tiempo podrán aguantar ese esfuerzo? Porque todo es a crédito, o sea, aumentado la deuda nacional que revienta costuras.
Ya ha caído Boris Johnson que confiaba en que la guerra de Ucrania lo salvaría. Allí es casi un héroe porque visitó dos veces Kiev, fue muy beligerante con Putin y donó más armas, y más sofisticadas, que otros. Pero su electorado no le ha perdonado su frivolidad, con fiestas en el 10 de Downing Street mientras reclamaba prudencia y confinamiento al país. Boris abrió la lista de caídos por la doble guerra: la del Covid y la de Ucrania.
Con su implicación decidida en la segunda, la militar, quería salvarse de los estragos y errores de la primera, la de la pandemia. Caerán otros; gentes que igual hoy están tranquilos porque las encuestas les sonríen, o las expectativas de victoria electoral les dibujan un futuro tentador. La incertidumbre alcanza a cualquiera. La inflación sostenida puede pulverizar supuestos paraísos.
Por otros motivos, porque su gobierno de coalición estallaba, ya dimitió a continuación Mario Draghi, presidente del Consejo de Ministros de Italia. Premonitoria e inolvidable aquella fotografía hablando por teléfono sentado en un banco del Museo del Prado, durante la visita a Madrid de los mandatarios de la OTAN, tratando de sujetar ministros al otro lado del hilo. Cómo sería la crisis, que abandonó la Asamblea y voló de urgencia a Roma. No pudo salvar su gabinete, el más sensato de la reciente historia italiana. A saber lo que vendrá ahora, aunque hay una movilización para que no se vaya.
Macron, por fortuna, no ha dimitido. Pero ya ha advertido a los franceses que esto va para largo y que si Rusia sigue jugando con el grifo del gas, el frío se va a hacer insoportable para algunos países y el coste económico inasumible. Por más que Francia tenga su generación de energía basada en centrales nucleares. Alemania hace ejercicios de contención energética, pero la única certeza es que depender del gas ruso no fue una opción estratégica acertada. El carbón vuelve al estrellato arrancando lágrimas negras del cambio climático. Es una seria amenaza de regresión.
Cumplimos cinco meses de guerra y el final no se divisa. Al contrario: el dólar alcanza la paridad con el euro mientras que el rublo se afianza. “Haciendo guerras económicas somos unos hachas”, ironiza un profesor en un chat de expertos en estrategia. Ucrania ya ha perdido más del 30 por ciento de su Producto Interior Bruto y se calcula que Rusia el 10. “Para acabar concediendo que Putin se quede el Dombás, como se anexionó Crimea en el 2014, no hacia falta todo esto”, concede en privado un alto cargo de la Unión Europea.
“Y encima, con el drama humano de cien mil víctimas y cinco millones de refugiados. Aún más: Ucrania, que era una sociedad urbana más moderna que Rusia, está literalmente planchada”, añade. Reconstruirla puede costar 750.000 millones de dólares, el equivalente a los Fondos Europeos de Recuperación. Definitivamente, el mundo se está enredado demasiado.
El autor es periodista y profesor de Comunicación