El recomendador de libros más admirado Juan Sasturain, hace una lista de los autores estadounidenses que nadie puede dejar de leer
Desde Nathaniel Hawthorne hasta Paul Auster, pasando por Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Truman Capote, el autor de “Manual para perdedores” recomienda grandes novelistas para descubrir y redescubir. Spoiler alert: Sasturain recomienda muchos más que diez y todos ellos son geniales.
Estados Unidos.- En el marco del ciclo dedicado a la promoción de la lectura «Entre Libros», que organiza la plataforma de bibliotecas digitales BIDI junto con la Unión Trabajadores de Entidades Deportivas y Civiles (Utedyc), el escritor Juan Sasturain —uno de los grandes referentes de la literatura argentina de la actualidad— participó en un encuentro público en el que recomendó diez escritores estadounidenses imprescindibles.
«La literatura yanqui es lo más relevante que les ha pasado a las letras en los dos últimos dos siglos», dijo. Y continuó: «junto con la expansión de ese imperio increíble que se construyó en 300 años —más allá de que nosotros nos haya tocado ser víctimas en la periferia de ese imperio— es un fenómeno fabuloso. En términos literarios es increíble lo que generó un país joven, nuevo, casi de la misma edad que el nuestro».
La charla, que puede verse completa desde la fanpage en Facebook de Grandes Libros, fue muy jugosa, interesante, para leer con lápiz y papel para ir anotando cada sugerencia. Aquí la lista:
Edgar Allan Poe
Nathaniel Hawthorne: Si tuviera que recomendar algo de él, además de La casa de los siete tejados, diría La letra escarlata, que trata sobre todo de la doble moral, el puritanismo, el calvinismo que marca a la gente de esa zona de Nueva Inglaterra. Y yo recomendaría, sobre todo, un cuento que se llama «Wakefield». En ese cuento está todo Kafka; es muy pero muy hermoso.
Edgar Allan Poe: Se supone que Poe inventó formalmente el cuento policial, es quien establece las reglas del cuento moderno y, como toda vez que se establecen las reglas, ya las transgrede de salida. Como sabrán, «Los crímenes de la calle Morgue» es una trampa, porque el asesino es el mono. Pero hay un dato muy interesante: el cuento transcurre en París. Poe, que nunca había salido de donde vivía, lo ambientó en París. Como diría Borges: «Este suceso aconteció en el Once pero lo ambienté en la India para que sea más verosímil». ¿Por qué Monsieur Dupont es francés? Porque es la encarnación de la racionalidad. Poe, que estaba obsesionado con la locura, que entraba y salida de ella, crea un personaje que encarna la racionalidad. Y lo ambienta en París porque allí es donde pasan las cosas. ¡Qué va a pasar en Baltimore! ¡No pasaba nada! Es muy interesante para pensar, porque lo podemos asociar a las prácticas literarias de nuestra condición periférica.
“Moby Dick”, de Hermann Melville
Walt Whitman: ¡Whitman no se parece a nada! ¿De dónde salió? No hay una tradición atrás, ni un modelo de la lengua inglesa que él siga. El canto de mí mismo no se parece a nada de lo que había entonces; se parece a la Biblia, que es el libro que está detrás de todos los escritores norteamericanos. La poesía de Whitman, que es tumultuosa, de largo versículo, expansiva, que cuenta lo narrativo con lo espiritual, con lo personal y con lo carnal, es hermosísima. Es una celebración de la vida, del sexo, de la juventud. Whitman, también, es la primera evidencia de la ruptura del sueño americano: en él ya está la crítica de cómo se va desnaturalizando el sueño original y se va convirtiendo paulatinamente en un tipo de sociedad más opresiva.
Herman Melville: Bartleby, el escribiente es un cuento tan hermoso y tan poderoso como «Wakefield». Y muestra, además, como en el caso de Hawthorne, la amplitud de registros de Melville. Porque si Moby Dick se puede decir equívocamente que es una novela de aventuras, una novela de aire libre y de espacios abiertos, «Bartleby» es un cuento moderno, es un cuento de la alienación de la ciudad. Transcurre entre las veredas sin sol y los edificios pegaditos de Wall Street. Es un cuento existencial, uno de los grandes cuentos de la literatura contemporánea.
Mark Twain junto a su mujer, Olivia, y su familia
Mark Twain: ¡Qué pedazo de escritor! Cometió el error de ser muy popular. Tuvieron que pasar muchos años para que, a partir de la opinión de algunos grandes escritores consagrados, lo empezaran a tomar en serio, para que se dieran cuenta que Las aventuras de Huckleberry Finn no era una simple recordación de la infancia en el Mississippi, sino que era una de las grandes novelas norteamericanas del siglo XIX. A Moby Dick le pasó lo mismo, pero con la diferencia que la consagración de Melville vino primero desde Europa; en cambio, fueron escritores como Faulkner y Hemingway los que mostraban a Twain como un extraordinario narrador. Además, había un problema con Mark Twain: hacía reír. Y sabemos que eso es muy peligroso. «¿Cómo va a ser serio si su literatura tiene elementos humorísticos?» Confundir seriedad con solemnidad es una estupidez. Mark Twain es un escritorazo.
William Faulkner: Acá está el nudo del asunto. La trilogía es Faulkner, Francis Scott Fitzgerald y Hemingway: encarnan la novela norteamericana desde los años 20 hasta comienzos de los 50. Pocos momentos de la historia de la literatura han dado semejantes bicharracos. Creo que a Faulkner es mejor entrarle por un libro que me gustó, que es Mientras yo agonizo. Es una novela cortita y muy hermosa. Es uno de sus primeros libros; Faulkner está empezando a construir su universo narrativo de referencia. Él hizo un condado en el sur con un nombre indio impronunciable, Yoknapatawpha, y casi todas sus novelas son distintas capas de acontecimientos sobre los personajes que entran y salen de él. Mientras yo agonizo es de las más lindas porque la técnica no entorpece el relato: está escrita con monólogos, y cada capitulito tiene el nombre del que monologa. Es el viaje a la ciudad a enterrar a la vieja —que es la que agoniza— y el regreso. Y mejor no les digo cómo vuelven.
Francis Scott Fitzgerald: Todo lo de sombrío, vino pesado y whisky de Faulkner, Fitzgerald lo tiene de champagne y fiesta. Es un extraordinario narrador. Monumental. Un estilista increíble. En las visiones esquemáticas se lo ve como el gran narrador de los años locos, de la era del jazz, las polleras cortas, el cine mudo y el reviente en Nueva York. La novela de Francis Scott Fitzgerald más conocida es El gran Gatsby. (Es una novela muy hermosa y muy sutil; la versión cinematográfica de Robert Redford y Mia Farrow es espantosa). Fitzgerald, que ganó muchísima guita, fue muy popular y estaba muy pendiente de su éxito personal, según ciertas miradas dilapidó su talento escribiendo cuentos a rajatabla para revistas y en determinado momento se quebró. Murió muy joven, a los 42 años —como Roberto Arlt. De esos últimos textos les recomiendo The crack-up, que es como una indicación metafórica de «trátese con cuidado». ¿De qué estaba hablando? De su propia vida, que se estaba rompiendo. Además, tiene tres o cuatro cuentos románticos muy buenos. Uno se llama «Babilonia vuelta a visitar» y es una joyita. Sólo el mejor Capote da en esa tecla que escribía Fitzgerald.
Dashiell Hammett y Raymond Chandler: Los norteamericanos, entre otras cosas, reinventaron el policial. Y lo hicieron desde los márgenes culturales, desde las pequeñas revistas de kiosco. Y lo hicieron con autores que no tenían una producción «seria», sino que eran autores de género. Habitualmente mencionamos a Hammett, Chandler, Jim Thompson, McCoy. Una de las poderosas herencias que le dio la literatura norteamericana al siglo XX fue el género negro, el hardboiled, al que siempre se lo describe en contraposición a la novela inglesa de enigma. Según el famoso ensayo de Chandler, El simple arte de matar, lo que hizo el género negro fue sacar el crimen del salón a la calle. Las novelas de Hammett y Chandler son una forma de realismo crítico en tanto y en cuanto lo que aparece es la relación indisoluble entre el poder, el dinero y la violencia. Manifiesto o no, eso está siempre ahí. ¿Por qué son tan importantes Chandler y Hammett? Por lo que hicieron con la lengua. Hammett inventó una nueva manera de contar. Hammett no se parece a Agatha Christie: se parece a Hemingway.
Paul Auster
Truman Capote: Me gusta A sangre fría… ¡y a quién no! Pero hay otros aspectos de Capote que me parecen más atractivo. Me gusta muchísimo el Capote de Desayuno en Tiffany. La mirada de Capote trasciende largamente la mirada edulcorada de la peli de Audrey Hepburn. Capote es de una sensibilidad increíble y se emparienta con dos autoras que tenemos la obligación de leer todos, que son también del sur: Carson McCullers y Flannery O’Connor. Son dos escritoras descomunales. Capote era muy talentoso y muy pendejo; ya antes de los 20 años escribía muy bien. Yo recomiendo, si tienen ganas de ver lo que era como escritor, el libro de cuentos Música para camaleones. Especialmente el cuento «Un día de trabajo», en el que acompaña a una mujer que limpia casas. Muchachos, ¡ese cuento es increíble!
Paul Auster: Yo no soy un gran lector de Auster, no lo he seguido tanto, pero La invención de la soledad me parece extraordinario. Son dos textos. En el primero, habla del entierro de su padre. Es memorable: es el análisis de la pérdida con esa prosa transparente tan característica de Auster, que parece fácil. El segundo texto es la crónica de un sinsentido, de alguien a quien se le empieza a desmoronar todo y se va yendo al carajo. No hay otra forma de expresarlo. Auster, a diferencia del resto de los escritores norteamericanos, es muy europeo: su primer vínculo con la literatura es a través de los poetas franceses. Escribe sobre Camus, escribe sobre Kafka. Por eso suena tan raro para la tradición norteamericana. La invención de la soledad —¡qué pedazo de título!— es un libro muy íntimo y es capaz de transmitir mucha sensibilidad sin caer en el golpe bajo.
Fuente: infobae