La Bienal Internacional de Arquitectura y Urbanismo de República Dominicana premia la
Gran Cierre del Jubileo Altagraciano
Por Leonor Asilis
Rincón Digital
Estamos viviendo un tiempo muy especial. Aún vivimos el Jubileo Altagraciano. Por tanto, dedicamos estas líneas a nuestra Madre y Protectora. Y es que esta bellísima advocación particularmente nuestra, dominicana, desde esta bendecida tierra de América, cuna de la cristiandad en el continente de la esperanza goza de una particularidad muy especial: estar en su imagen con la familia completa.
Los dominicanos como pueblo estamos muy agradecidos ya que en innumerables ocasiones nuestra Madre ha intercedido en nuestro favor.
Los símbolos de nuestra dominicanidad lo heredamos de Ella. Los colores de su sagrada imagen son los mismos de nuestra bandera.
Según nuestros historiadores, el día 16 de julio de 1838, lunes, día del Triunfo de la Santa Cruz y del movimiento revolucionario redentor de todos los dominicanos le fue puesto a Duarte en el pecho, por su madre Manuela Diez y Jiménez, un mullido y pintado detente, con la imagen de la Virgen María en su advocación altagraciana, trajeada aquella con los colores que iban a ser los dominicanos.
Queremos destacar que la imagen de Nuestra Señora de Altagracia tuvo el privilegio especial de haber sido coronada dos veces, única advocación en el mundo que disfruta de esa gracia.
El 15 de agosto de 1922, en el pontificado de Pío Xl y por el Papa Juan Pablo II, quien durante su visita a Santo Domingo, el 25 de enero de 1979, coronó personalmente a la imagen con una diadema de plata sobredorada, regalo personal suyo a la virgen, primera evangelizadora de las Américas.
Y precisamente en el año en que nos encontramos, en la celebración del centenario de su primera coronación como Reina y Protectora de nuestro pueblo por Monseñor Adolfo Nouel y en representación del Papa de entonces, Monseñor Vasconcelos frente al Altar de la Patria en nuestra ciudad colonial.
Nuestro pueblo lejos de olvidarla, la busca, venera y celebra.
El pasado 21 de enero, fecha sagrada del calendario nacional, se celebró bendiciendo a nuestra nación con el Santísimo Sacramento acompañado por la imagen de nuestra Señora por aire, mar y tierra la fiesta de Nuestra Señora de la Altagracia.
Recordemos que la devoción por la Virgen de la Altagracia es de las primeras de América.
La celebración no ha terminado, el año jubilar continúa hasta el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Virgen y a la vez fecha exacta de los cien años de su coronación la cual se celebrará en grande con la visita de la Sagrada Imagen desde Higüey a Santo Domingo, en importantes puntos donde se venerara en oración profunda por nuestro país (Catedral, Altar de la Patria y el Santuario de nuestra Señora de la Altagracia en la zona colonial) cerrando en una gran eucaristía en el Estadio Olímpico de nuestra ciudad capital.
No puedo dejar de mencionar la gracia inmensa de este año jubilar a la cual todos tenemos acceso si nos disponemos a ello. Se trata de recibir la indulgencia plenaria al peregrinar espiritualmente en un movimiento espiritual de conversión y confesión sacramental y acudir a un templo jubilar designado por nuestros obispos.
Los hay en todo el territorio nacional, (en Santo Domingo voy al Santuario de la Altagracia en la zona colonial que tiene misas diarias a las 7:00 pm y en domingo a las 8:00 am y 10:00 am., y participar activamente en una Eucaristía recibiendo al Cuerpo de Cristo, pidiendo por las intenciones del Papa. Lo maravilloso es que podemos recibir una por día durante este año jubilar y una vez ofrecida por nuestra propia alma, ofrecer por algún ser querido que haya partido de este mundo.
El efecto de esta gracia en nuestra alma es una purificación total de la misma.
Ya ven, nuestra Madre, Virgen de la Altagracia, sigue mediando para que las gracias celestiales nos restauren por dentro.
¡Ave María, Gratia Plena!