La problemática haitiana 1 de 5
La Cuartilla
Néstor Medrano
Desde hace mucho tiempo escucho, leo y reflexiono sobre la problemática haitiana. Problemática como concepto, serie de eventos concatenados a lo largo de las décadas que nos sugieren conflictos fuertes cuyo origen data sin muchas explicaciones de aquella etapa de 22 años en la que Haití se convirtió en régimen de ocupación de la parte este de la isla, que luego se llamaría, República Dominicana.
El tema es tan antiguo y profundo que nunca está de más dar otra salpicadura para que los artífices del olvido no logran el olvido.
En la problemática haitiana hay un conflicto histórico difícil de sortear y ni siquiera los propios historiadores se han puesto de acuerdo en conciliar el tópico. Haití es un tema que también ha generado muchos intereses económicos conocidos y soslayados, también latentes. Estos intereses locales y foráneos han preconizado racismo y persecución contra los haitianos, sometimiento, sojuzgamiento e incluso, hubo quien hiciera un símil entre los campos de concentración del Tercer Reich, Hitler mató a más de 6 millones de judíos con su Solución Final. Pero el objetivo de este trabajo no es trillar el mismo camino sembrado de ignominia por dominicanos que ya existieron desde la creación de la República y que fueron traidores de la causa de la Patria soberana.
He escrito sobre algunas de las aristas más relevantes de esta llamada problemática haitiana y la abordo en una novela inédita que reposa sus horas para cuando sea el momento preciso. “La que corre es la sangre de Francoise”, se titula.
El interés de esa novela es concretar una proyección sobre un acontecimiento ficticio funesto, cuya trama no es prudente revelar.
En la misma se advierte una perversa concatenación de irresponsabilidades, más allá de la identidad y otros aspectos lo suficientemente debatidos sobre el tema.
Haití es una realidad inmodificable que, de manera inevitable debemos compartir una misma isla. Existimos cada uno al lado del otro, con una porosa frontera con reconocidos puntos identificados como tierra de nadie, lo que no obstante no destruye los cimientos jurídicos ni la determinación que como país soberano tiene República Dominicana.
La historia dominicana no nos llama para ser sectarios. Juan Pablo Duarte, que nunca desdijo de sus principios, no fue sectario. Simplemente quería el respeto a la soberanía nacional.
Hoy corresponde exigir ese respeto a la autodeterminación. Cada quien tiene el derecho a pedir el respeto a la dignidad humana. Ni las autoridades, ni grupos forjados al amparo de viejos esquemas de nacionalistas tienen el derecho de maltratar ni vulnerar la condición humana de los haitianos, lo que aprovecho para decir, nunca se ha hecho en la actual coyuntura de gobierno y lejos de ahí se han invertido cuantiosos recursos económicos, logísticos técnicos en un Plan de Regularización de Extranjeros responsable, solidario, sin precedente en la historia migratoria del país.