Mayobanex Vargas: No me fusilaron porque dos periodistas de The New York Times vieron cuando me montaron al avión hacia el centro de tortura
¿Te quieres confesar? Le preguntaron, cuando ya se imaginaba en el paredón. Dijo que sí. Luego se negó, porque el capellán le increpó que era un traidor de Trujillo, el Jefe, y un perturbador de la paz que se vivía en el país.
Fernando Quiroz
Aplatanao News
Santo Domingo.- Mayobanex Vargas, héroe nacional y excombatiente contra el régimen del dictador Rafael Trujillo en las expediciones de junio de 1959, fallecido el 17 de diciembre pasado, a los 80 años, atribuyó que no fue fusilado en la ocasión a que dos periodistas de The New York Times vieron cuando lo montaban esposado y encañonado en un avión en Constanza con destino al centro de torturas de San Isidro.
Los corresponsales extranjeros llegaron con prontitud a San Isidro y exigieron verlo. De esa manera Vargas contó a este autor, en una entrevista inédita, los siete meses de encierro, cuando su familia lo daba por muerto, y las recias torturas que recibía, con descargas eléctricas y golpes contusos que hacían sangrar su rostro.
Vargas integró el grupo de expedicionarios que desembarcó vía aérea por Constanza, bajo la dirección de los comandantes Enrique Jimenes Moya y el cubano Delio Gomez Ochoa, el único que ahora sobrevive. Otro grupo que llegó seis días después de lo programado, el 20 de junio, por las costas de Maimón y Estero Hondo, Puerto Plata, fue esperado por las fuerzas trujillistas, torturado y fusilado. La lancha Carmen Elsa desembarcó por Maimón con 96 expedicionarios, comandada por José Horacio Rodríguez, y posteriormente capitaneada por José Messón. En tanto, la embarcación la Tinina desembarcó en Estero Hondo con 48 expedicionarios, comandada por José Antonio Campos Navarro.
Eran 196 expedicionarios que llegaron desde Cuba, lomas Mil Cumbres, provincia Pinar del Rio, donde entrenaron con el respaldo de Fidel Castro, quien acababa de triunfar liderando la revolución cubana. Además de Vargas y Gomez Ochoa, de todo el grupo sobrevivieron el también cubano Pablito Mirabal y los dominicanos Gonzalo Almonte Pacheco, Francisco Medardo Germán y Poncio Pou Saleta.
Fueron condenados a 30 años de prisión, pero a los siete meses tuvieron que ser indultados por la presión internacional, luego del asesinato de las hermanas Mirabal y el atentado contra el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt.
El grupo de Constanza se desintegró y dispersó luego de casi un mes de hambre, sed, fatiga física entre montañas y delación de campesinos en pánico por la dictadura. Vargas se entregó luego de llegar por Constanza a una finca de su padre en Bonao.
Se había ido a Nueva York, donde su tía Aniana Vargas, en noviembre de 1958, y se enroló en los grupos de exiliados, con 22 años de edad. Aquí en Bonao vivió persecución, y se vio inspirado a tomar un fusil y subir a las montañas por las transmisiones de Radio Rumbo, de Venezuela, con mensajes de Castro.
“Estando yo cursando el segundo teórico del liceo secundario aquí en Bonao se me hizo preso porque yo molestaba a una muchacha que Petán (hermano de Trujillo) le tenía la vista puesta… y me llevan al cuartel, me incomunican… no sabía por qué, pero cuando me doy cuenta por qué, eso me indignó, porque me di cuenta que no teníamos derecho los jóvenes ni siquiera a amar”, se refería en la época.
Lo montan en avión amarrado de manos y pies
“En Constanza me esperaba un avión militar en el aeropuerto, en la pista donde nosotros mismos aterrizamos (domingo 14 de junio de 1959, a las 6:20 de la tarde). En el avión iban ocho guardias que me custodiaban, me amarraron en el asiento los brazos como si hubiese sido una silla eléctrica y a esos guardias se les veían los deseos de fusilarme”.
Durante ese vuelo pensé muchas cosas, no sabía para dónde me llevaban. No sabía que existía un centro de torturas en San Isidro. Cuando el avión aterriza me soltaron las manos, pero me dejan los pies amarrados para que bajara. Lo primero que me dio un oficial fue un empujón y caí rodando a la pista. Un grupo de oficiales felicitó al piloto.
Un infierno de torturas
Vargas recuerda que fue llevado a lo que él denominó el infierno porque inmediatamente fue ingresado al centro de tortura, había un sistema horripilante que ellos usaban contra los prisioneros. “Se nos sometió a lo más cruel que ustedes pueden imaginar”.
“Ese bastón que ustedes conocen que tiene dos ganchos que lo usan los ganaderos para que las vacas se muevan con el corrientazo, ese bastón fue puesto en todas las partes sensibles de mi cuerpo. Ese bastón estuvo puesto en mi cuerpo hasta que las baterías se gastaron. Pero había otros tipos de torturas”, contó.
Lo golpeaban con una goma en la nariz, en la boca y en la cara hasta hacerlo sangrar. Le hacían preguntas sádicas y malintencionadas, para luego sometele a nuevas torturas.
“Hubo un momento de desesperación tan grande que yo llamé a Dios por primera vez y llamé a mi mamá. Fue algo espantoso, cuando yo tuve que llamar y digo: ¡Dios mío, Dios mío; mamá, mamá! ¡Yo no soportaba!…”, dijo.
¿Te quieres confesar?
Vargas relató que cuando terminaron una de las tandas de tortura le preguntaron que si era católico.
“-Yo le digo que sí”, expresó. “-¿Te quieres confesar?”, le consultaron. “Digo, sí”.
Lo llevaron del centro de torturas a una cárcel que era para alistados. Lo entraron a un cuarto donde observó mucha sangre, era la sangre de sus compañeros que habían fusilado, previo severas torturas. Los militares de manera burlona le dijeron que eso era lo que le esperaba después que el capellán lo confesara.
Aunque lo más chocante, lo más difícil para ante esa situación fue cuando vio llegar al sacerdote.
‘Cuando lo veo llegar, yo recibo como un alivio, yo estaba muy golpeado, dolorido, sangraba de la herida del labio, tenía golpes por donde quiera. Yo estaba esposado y me pusieron las esposas tan apretadas que ya la sangre no circulaba y las manos se me hincharon. Me di cuenta que cometí un error al pedirle al capellán que me soltara las esposas para confesarme, porque no resistía el dolor.
Cuando el sacerdote se prepara para confesarlo le dice no merecía nada de Trujillo, “El Jefe”, que era un traidor y un perturbador de la paz en que vivían los dominicanos.
Entonces se negó a confesarse por la forma en que le trató, y el capellán se retiró. En una fosa común en ese lugar encontraron luego los restos de 56 compañeros de expedición, después de que lo llevaban ante un sacerdote lo ponían en un paredón para fusilarlos.
Encuentro con periodistas
A los 5 minutos de negarse a ser confesado llegaron dos coroneles de los que le habían torturado. “Digo ¡llegó mi hora!, yo me puse a orar ahí, para que Dios me diera valor de resistir a lo que me iban a someter, era para llevarme a un paredón”, dijo.
Los dos coroneles sacaron de una caja un uniforme verde olivo nuevo, le quitaron las esposas y le dijeron, “quítate esos trapos y ponte esta ropa nueva”. Vargas pensó, “pero me van a fusilar y me ponen ropa nueva”.
Los oficiales lo montaron en un Mercedes Benz rojo, sin esposas. En el trayecto le dijeron: Mira dos periodistas, te quieren ver, ten cuidado con lo que tú dices, que te fusilamos antes de tiempo. Fueron los dos periodistas del New York Times que le vieron en Constanza y ellos exigieron que se lo mostraran.
“Después que los dos periodistas me entrevistaron, cuando me preguntaron por los golpes, yo lo que hice fue que me reí y les dije que me caí de una montaña”.
Ramfis: primera vez que hablo con un cadáver
Inmediatamente los periodistas se marcharon el hijo del dictador, Rafael Trujillo Martínez (Ramfis) mandó a buscar a Vargas. Su oficina estaba llena de guardias con ametralladoras y sobre el escritorio un revolver grande.
“Él estaba sentando como el patriarca, me hizo todas las preguntas tontas del mundo, lucía como borracho, pero cuando terminó conmigo dice: Llévenselo, y cuando voy a dar la espalda agregó: ‘primera vez en mi vida que hablo con un cadáver’ ”.
Ese mismo día lo llevaron a la cárcel La 40. Lo encierran muy cerca del cuarto de las torturas para que oyera los gritos de los muchachos que estaban torturando.
“Entonces imagínense qué pensaba uno encerrado en una solitaria, que el próximo, cuando dejaba de gritar era porque lo mataban o lo llevaban a la celda otra vez. Así pasamos esa noche y pusieron un merenguito “tumbando limosna no lo tumban” y ese merengue amaneció ahí”.
Al otro día los sacan de la celda, les tiran fotos desnudo y les torturaron. Inmediatamente eran llevados a La 40 les quitaban la ropa, a todos.
El juez: ¿Y tú crees que te mereces un vaso de agua de nosotros?
De La 40 lo llevaron a la policía y había gente voceando “dénoslo a nosotros, traidor”. Luego les llevaron ante el juez de instrucción, quien durante el interrogatorio le preguntó que si tenía hambre. Vagas respondió que sí.
“¿Oh y tú crees que tú mereces ni siquiera un vaso de agua de nosotros? ”
Entonces fueron llevados a la cárcel de La Victoria, confinados en solitarias, Era una hilera de cuarticos y había una pared por el medio, las pares estaban para un lado y las impares del otro lado. Había una oscuridad tan grande que cuando se abrían las puertas no podían determinar lo que había a un lado o hacia el otro.
Les colocaban tres pequeñas latas, una para tomar agua, una para necesidades fisiológicas y otra para comida. Un día les llevaban la comida en la lata de las necesidades fisiológicas y tenían que comérselas ante la desesperación, el hambre y la tortura sicológica.
Le ‘sobaban’ la pistola: Llegó tu hora
De noche escuchaban cómo sonaban los portones en la cárcel, los estrellaban a propósito para que nadie durmiera. Los torturadores abrían la puerta de la solitaria de Vargas.
“Una noche van de madrugada y vienen derecho al candado mío, a esa hora, y el coronel Frías soba la pistola y me dice: ¡Llegó tu hora! No, vamos a dejarlo para mañana, volvemos mañana ya es muy tarde. ¡Burla! Por ese sistema pasamos 7 meses ahí”, era parte de las torturas psicológicas.
Twitter:@fquirozmora
Publicado originalmente en Diario Libre, 20 de diciembre de 2016
Entrevista de Fernando Quiroz