«Muchos aspiran a una vida exitosa sin el en el mínimo esfuerzo; les basta tratar de hacerse famosos a través de la redes sociales; o peor aún, buscar el dinero rápido de la droga o el robo»
Reverendo padre Jorge Rodríguez
La Sexta Palabra: “Todo está cumplido” (Juan 19, 30)
Esta sexta palabra dicha por Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz es mencionada por el
apóstol San Juan como ligada de alguna manera a la quinta palabra. Pues tan pronto como
Nuestro Señor había dicho “Tengo sed”, y había probado el vinagre que le habían ofrecido,
a seguir San Juan añade: “Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido»” [Juan
19, 30].
Pero como ni Nuestro Señor Jesucristo, ni San Juan, han explicado qué fue lo cumplido.
Dejémonos guiar por uno de los escritores sagrados que con una de sus obras impulsó y propagó la costumbre de predicar este tradicional «sermón de las siete palabras»; me refiero a San Roberto Belarmino (1542-1621), jesuita y Doctor de la Iglesia, y a su tratado titulado:
“Sobre las siete palabras pronunciadas por Cristo en la cruz” (“De septem Verbis a Christo in cruce prolatis”).
Lo primero que él nos enseña sobre esta sexta palabra es que:
En verdad nada puede ser añadido a estas sencillas palabras: “Todo está cumplido”, excepto que la obra de la Pasión estaba ahora perfeccionada y completada.
Ya que Dios Padre había impuesto dos tareas a su Hijo: la primera, predicar el
Evangelio, la otra sufrir por la humanidad.
En cuanto a la primera ya había dicho Cristo: “Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar” [Jn 17, 4]. Nuestro Señor dijo estas palabras luego de que había concluido el largo discurso de despedida a sus discípulos en la Última Cena. Ahí había cumplido esta primera obra que su Padre Celestial le había impuesto.
La segunda tarea, beber la amarga copa de su cáliz, faltaba aún. Había aludido a esto cuando preguntó a los dos hijos de Zebedeo: “¿Pueden beber la copa que yo voy a beber?” [Mt 20,22]; y también: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz” [Lc
22,42]; y en otro lugar: “El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?” [Jn 18,11]. Sobre esta segunda tarea, Cristo al momento de su muerte podía entonces exclamar: “Todo está cumplido, pues he bebido el cáliz del sufrimiento hasta lo último, nada nuevo me espera ahora sino morir”. E inclinado la cabeza, expiró [Jn 19,30].
(San Roberto Belarmino, Sobre las siete palabras…, Capítulo XII).
Pero San Roberto Belarmino no se queda ahí, sino que, apoyándose en otros escritores sagrados, afirma que hay cinco posibles interpretaciones de esta “sexta palabra” y, al mismo tiempo, igual número de FRUTOS que podemos cosechar de ellas. Un resumen de sus afirmaciones sería:
LA PRIMERA EXPLICACIÓN:
Para San Agustín la palabra “Todo está cumplido” hace referencia al cumplimiento de todas las profecías que hacían referencia al Mesías. Por tanto, podemos concluir que Nuestro
Señor quería manifestar que todo lo que había sido predicho por los profetas en relación a su
Vida y Muerte había sido hecho y cumplido.
De esta primera explicación el mismo San Agustín también saca como fruto una lección muy útil: Puesto que estamos seguros de que las profecías relacionadas a Nuestro Señor fueron verdaderas, así nosotros deberíamos tener la misma certeza de que otras cosas que los mismos Profetas han profetizado y que aún no han sucedido son igualmente ciertas. Y entre las promesas que esperamos que se cumplan, San Agustín resaltaba una: “Tengamos un temor reverente en el Día del Juicio, pues el Señor vendrá. Él, que vino como un humilde bebé, vendrá de nuevo como un Dios poderoso”.
Sobre esto San Roberto Belarmino nos recuerda también: “…el día de la muerte ciertamente no está muy lejano: aunque su hora es incierta, lo que sí es cierto es que en el juicio particular cada uno deberá rendir cuenta sobre cada palabra vana, por las palabras pecaminosas y las blasfemias, por las acciones de los robos, adulterios, fraudes, asesinatos, injusticias, y otros pecados mortales.
Por lo tanto, el cumplimiento de algunas profecías nos hará aún más culpables si es que no creemos que las otras profecías se cumplirán. Y no es suficiente solamente decir que creemos en Cristo, a menos que nuestra fe eficazmente mueva nuestra voluntad a hacer o evitar aquello que nuestro entendimiento nos enseña que debe ser hecho o evitado. Esa es la verdadera conversión que agrada a Dios. Para que no suceda en nosotros como dice el
Apóstol: “Profesan conocer a Dios, más con sus obras le niegan” [Tit 1,16]. Quisiera que no hubiera tantos cristianos que profesan creer en los juicios de Dios y en otras cosas, pero con su conducta contradicen sus palabras.
SEGUNDA EXPLICACIÓN:
Para San Juan Crisóstomo la palabra “Todo está cumplido” manifiesta que la peregrinación del Hijo de Dios entre los hombres llegó a su fin. Y junto con su peregrinaje, aquella condición de su vida mortal fue terminada, aquella por la que sentía hambre y sed, dormía y se fatigaba, fue sujeto de afrentas y flagelos, heridas y a la muerte. Y así cuando Cristo en la Cruz exclamó “Todo está cumplido, e inclinando la cabeza, expiró”, concluyó el camino del que había dicho: “Salí del Padre y vine al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre”
[Jn 16,28].
El SEGUNDO FRUTO que ha de ser cosechado de esta segunda consideración es que, aunque la vida mortal de Cristo fue sumamente dura, pero su misma dureza fue compensada por su fruto, su gloria, y su honor. Nuestro Señor durante treinta y tres años trabajó con hambre y sed, en medio de muchas penalidades, de insultos innumerables, de golpes, heridas, de la muerte misma. Pero ahora bebe de la fuente de la alegría, y su alegría será eterna. Desde su miseria, todos los siervos de la Cruz pueden aprender cuán bueno y fructuoso es ser humildes, dóciles, pacientes, cargar su Cruz en esta vida, seguir a Cristo como su guía, y de ninguna manera envidiar a aquellos que parecen estar alegres en este mundo.
Muchas veces ponemos a Cristo como ejemplo de vida espiritual, pero en su vida mortal él también nos ha dado un ejemplo. Muchos aspiran a una vida alegre, feliz, exitosa; pero basan su proyecto de vida en el mínimo esfuerzo; no les gusta superarse a través del estudio, les basta tratar de hacerse famosos a través de la redes sociales; o peor aún, buscar el dinero rápido de la droga o el robo; a otros les cuesta permanecer en un empleo porque no les gusta obedecer a otro, muchas veces por pura soberbia; sólo buscan “pareja”, no quieren un “cónyuge” con quien compartir toda una vida, porque la vida matrimonial y familiar “hasta que la muerte los separe”, les resulta algo imposible; en resumen, no quieren sufrir, quieren alcanzar el “éxito” pero sin esforzarse. Cristo nos muestra con su vida que el camino de una vida plena requiere dedicación, entrega, constancia; estar dispuesto a dar la vida por el otro; lo que la Iglesia llama: un amor ágape, un amor de donación. Es como nos dice el Salmo 126: “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. Al ir, iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas” (es decir, los frutos). O como decía el mismo Jesús: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” [Jn 15,13].
TERCERA EXPLICACIÓN:
Con su pasión y muerte, Jesús concluyó el mayor de todos los sacrificios. Ya que en comparación al real y verdadero Sacrificio hecho por Jesús, todos los sacrificios de la
Antigua Ley son tenidos como meras sombras y figuras. En el sacrificio de Cristo: la víctima fue el cordero de Dios, todo inocente e inmaculado, de quien Isaías dice: “Como oveja será llevado al matadero, como cordero, delante del que lo trasquila, enmudecerá y no abrirá su boca” [Is 53,7], y de quien el Bautista había dicho: “He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo” [Jn 1,29]. Finalmente, el fruto de este Sacrificio fue la expiación de los pecados para todos los hijos de Adán, o en otras palabras, la reconciliación del mundo entero con Dios.
Y el TERCER FRUTO a ser recogido es que todos los cristianos debemos aprender a ser sacerdotes espirituales, “para ofrecer a Dios sacrificios espirituales” [1 Pe 2,5], como nos dice San Pedro, o como advierte San Pablo, “los exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcan sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios; tal será su culto espiritual” [Rom 12,1]. El Apóstol por tanto nos exhorta a la imitación de Cristo.
San Roberto Belarmino nos dice sobre ese sacrificio espiritual que debemos ofrecer: no es suficiente para la víctima estar viva, debe ser también santa. Pues ¿cómo pueden realizar sus acciones por la gloria de Dios y hacerlas ascender como incienso de sacrificio ante Él, si raramente o nunca piensan en Dios, ni lo buscan, y no están por medio de la meditación ardiendo con su Amor? Consecuentemente, deben imitar la simplicidad y la mansedumbre del cordero, que no conoce venganza, la laboriosidad y la seriedad del buey, que no busca reposo, ni corre vanamente de aquí para allá, sino soporta su carga y arrastra su arado y trabaja asiduamente en el cultivo de la tierra. Aquellos que no siguen el ejemplo de los bueyes y corderos y cabras en su trabajo continuo y útil por su Señor, sino que desean y buscan su propia comodidad temporal, no pueden ofrecer a Dios una víctima santa. Se parecen más a bestias feroces y carnívoras, como lobos, perros, osos, y cuervos, que hacen de su estómago un dios, y siguen las huellas del “león rugiente” que “ronda buscando a quién devorar” [1 Pe 5,8].
CUARTA EXPLICACIÓN:
Por la muerte de Cristo la gran lucha entre Él mismo y el príncipe del mundo, es decir
Satanás, llegó a su fin. Al aludir a esta lucha, el Señor hizo uso de estas palabras: “El juicio del mundo comienza ahora; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” [Jn 12, 31-32].
San Roberto Belarmino nos aclara: Satanás disputó con Cristo la posesión del mundo, el dominio sobre la humanidad. Esta fue la disputa decidida en la Cruz, y el juicio fue pronunciado en favor del Señor Jesús, porque en la cruz expió plenamente los pecados del primer hombre y de todos sus hijos. Así Dios, por los méritos de su Hijo, fue reconciliado con la humanidad, y “nos trasladó al reino de su Hijo muy amado” [Col 1,13].
Cristo salió victorioso de la contienda, y nos otorga dos indecibles favores a la raza humana:
1) Primero el abrir a los justos las puertas del cielo; 2) y segundo, la institución de los
Sacramentos, que tienen el poder de perdonar los pecados y conferir la gracia. De modo que
“Aquel que cree, y sea bautizado, será salvado” [Mc 16,16].
Pero nos dice también San Roberto: Pero si es verdad, como muy ciertamente lo es, que Dios por los méritos de Cristo nos ha librado de la servidumbre del diablo, y nos ha colocado en el reino de su amado Hijo, preguntémonos: por qué tanta gente prefiere la esclavitud del enemigo de la humanidad, en vez del servicio a Cristo. La única razón que hallo es que el servicio a Cristo empieza con la Cruz. Y es necesario crucificar la carne con sus vicios y concupiscencias. Este trago amargo, este cáliz de hiel, naturalmente produce nausea en el hombre frágil, y es muchas veces la única razón por la cual él preferiría ser esclavo de sus pasiones que ser Señor de ellas por tal remedio.
Sin embargo, no hay vicio que con la asistencia de Dios no pueda ser superado, y no hay razón para temer que Dios se rehusará a ayudarnos. Por eso San León Magno dice: “Dios Todopoderoso insiste con justicia que guardemos sus mandamientos pues él nos previene con su gracia”. Miserables y locas y necias son, pues, aquellas almas que prefieren llevar cinco yugos de bueyes bajo el mando de Satanás, y con trabajo y pena ser esclavos de sus sentidos, y finalmente ser torturados para siempre con su líder, el diablo, en las llamas del infierno, que someterse al yugo de Cristo, que es dulce y ligero, y hallar descanso para sus almas en esta vida, y en la próxima vida una corona eterna con su Rey en interminable gloria.
Y así nuestro victorioso Señor ha abierto el camino a todos para adquirir la gloriosa libertad de los hijos de Dios, y si hay algunos que no quieren entrar en este camino, mueren por su propia culpa, y no por la falta de poder o la falta de querer de su Redentor.
QUINTA EXPLICACIÓN:
La palabra “Todo está cumplido” puede, finalmente, también ser con justicia aplicada a la conclusión del edificio, esto es, la Iglesia. Ya que los Padres de la Iglesia enseñan que la fundación de la Iglesia fue hecha cuando Cristo fue bautizado, y el edificio completado cuando murió.
Y así el QUINTO FRUTO que puede ser recogido de esta palabra es que podemos aplicarla a la edificación de la Iglesia que fue perfeccionada en la Cruz. Y este misterio debería enseñarnos a amar la Cruz, honrar la Cruz, y estar estrechamente unidos a la Cruz.
Así la Santa Iglesia Católica Romana, consciente del lugar de su nacimiento, tiene a la Cruz plantada en todo lugar, y en todo lugar exhibido. Y nosotros, los hijos de la Iglesia, manifestamos nuestro amor a la Cruz cuando pacientemente sobrellevamos las adversidades por amor a nuestro Dios crucificado. Esto es gloriarse en la Cruz. Esto es hacer lo que dijo
San Pablo: “Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” [Rom 5, 3-5].
Y nuevamente en su Carta a los Gálatas: “Dios me libre de gloriarme si no es en la Cruz de
Nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado, y yo un crucificado para el mundo” [Gal 6,14]. Esto es ciertamente el triunfo de la Cruz, cuando el mundo con sus pompas y placeres está muerto para el alma cristiana que ama a Cristo crucificado, y el alma está muerta para el mundo al amar las tribulaciones y el desprecio que el mundo odia, y odiando los placeres de la carne, y el aplauso vacío de hombres a los que ama el mundo. De esta manera sea perfeccionado y consumado el siervo de Dios, para que también pueda decirse de él: “Está concluido” (“Consummatus est”).
Fuente: Diario Católico
Viernes Santo, 15 de abril, 2022