Pensar con faltas ortográficas
ViBa la Comunicación
Vilma Batista
Para los que amamos el idioma de Cervantes, es doloroso ver como cada día proliferan las faltas ortográficas en el afán de la vida.
Si además nos dedicamos a un oficio donde las letras se utilicen con el justo valor que tiene el poder comunicar las ideas, es todavía más impactante.
Este fenómeno se ha justificado de todas las maneras en lo que lo mal hecho suele hacerlo.
Que es producto de los códigos que forman parte de la inmediatez que exigen las modernas plataformas digitales.
Que el corrector asumió y cambió la palabra.
Que nací, tengo mucho tiempo fuera del país o estudié en un colegio bilingüe y con el inglés en la cabeza, se me confunden las palabras.
O mi preferida y escuchada de boca de un alto ejecutivo de una reconocida entidad financiera al hacerle salvedad sobre palabras de uso cotidiano en un discurso: «Es que tengo años que no escribo a mano.»
Una famosa anécdota es la de un creativo que al presentar un Copy a un cliente principal de la agencia con una palabra central mal escrita, ante la tajante observación, insistió que justamente lo hizo a propósito para llamar a la atención, obviamente esa campaña nunca salió a la luz pública.
Al ver una palabra mal escrita es como si se recibiera un mini shock eléctrico, y aunque a todos se nos puede ir un chivo, nada justifica lo injustificable.
Ojo, que no estamos hablando de una «S» que faltó o sobró sin más ni más, estamos hablando de faltas en el uso tipo «Hay, Ay!, Ahí», «avia» por «había» o escribir de corrido «acefalta» en vez de «hace falta», que vemos la orden del día que hace llorar al más duro de corazón.
Las Redes no son la causa pero si la evidencia viva de que en la República Dominicana la alfabetización de calidad sigue teniendo grandes retos, pero gravísimo es por demás ver que «personalidades públicas y privadas» con niveles de licenciatura, maestría y doctorado tienen las mismas carencias, no solo al escribir, sino también al hablar.
Los más humildes asumen y corrigen, los más rebeldes se resisten a la corrección con justificaciones que valen lo que pesan, los más permisivos la dejan pasar de soslayo como quien no quiere la cosa, mientras los más exigentes subrayan la falta rigurosamente.
Definitivamente muchos piensan y viven con faltas ortográficas.