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¿Qué está pasando con nuestra memoria?
Doctora Marcia Castillo
¡Mis lentes! Los buscas desesperadamente, pero están sobre tu cabeza. Pasan 5 minutos y comienzas a angustiarte; estás apurada porque se hace tarde. Ahora es el celular el que no aparece. ¡Llámame para ver dónde está ese aparato! Repiquetea dentro de la cartera que llevas colgada al brazo. ¿Cuándo lo puse ahí? Las llaves… ¿Alguien sabe dónde están las llaves del carro, por Dios? 15 minutos más… Te lanzas al tráfico y sus bocinas. El motorista se va en rojo aunque no tiene dicromatopsia; casi lo atropellas… Él sigue campante haciéndote únicamente un gesto obsceno, pero a ti el corazón se te sale por la boca. Las notificaciones de 10 grupos de WhatsApp despertándose como un kraken. Piensas en la tarjeta que cortabas ayer, en tu esposo, que recuerde la cita del menor con el odontólogo. Regresa a tu mente el motorista, tú de pie, el tumulto, su cuerpo cubierto, una sábana blanca, el asfalto teñido de rojo, sirenas, un rumor polifónico. Seguro iba chateando… ¡Ay, Jesús, era un niño!
¿Toomuchinformation?
El cerebro humano contiene alrededor de 100 mil millones de neuronas, cada una interconectada a través de sinapsis. Si extrapolamos, la cantidad de estas redes cerebrales son al menos 100 billones. Algunos neurobiólogos comparan la capacidad cerebral con la de un disco duro, sugiriendo un almacenamiento similar a 2.5 petabytes (aproximadamente 2.5 millones de gigabytes). Naturalmente, esto no es exacto. En cualquier caso, la capacidad de almacenamiento y adaptación a nuevas situaciones y aprendizajes sigue siendo asombrosa y compleja.
¿Entonces, si el cerebro es tan portentoso, por qué enfrentamos una eclosión de pérdida de memoria en personas jóvenes?
- Eugenides escribió: “La biología te da un cerebro… la vida lo convierte en una mente.” El cerebro, un órgano maravilloso y potente, pero como planteaba el gran O. Sacks, la memoria humana no es solo frágil, también profundamente maleable.
Nos acercamos al día a día con un ritmo vertiginoso, ahogados por los estreses crónicos, intoxicados con información de las redes, insomnes, apáticos y fatigados somos un terreno infértil para la memoria. En otro costado está el constante scrolling en las pantallas, mermando la atención e impidiendo focalizarnos en una tarea de manera plena e integra. Este panorama variopinto socava progresivamente nuestra memoria.
La cronopatía, esa patología del tiempo, aplasta nuestros hombros, impidiendo la atención consciente. Nos bañamos pensando en el desayuno, desayunamos pensando en el tráfico, conducimos pensando en la hiperproductividad y en los modelos de éxito de la tardomodernidad, donde todo se compra con tiempo. El tiempo se acorta y va acortando nuestra atención. En la era de la inmediatez no hay perspectiva de esperanza, la atención se tambalea y la memoria como un castillo de naipes se desmorona.