Reseña de la vida del Padre Emiliano Tardif
Las páginas de nuestros recuerdos están salpicadas con anécdotas y ejemplos del buen humor del Padre Tardif donde se puede vislumbrar algo del extraordinario ministerio del Padre Emiliano, que motivó a miles de personas a acudir a sus retiros, asambleas y encuentros para presenciar verdaderos milagros de curación.
El hombre
El Padre Emiliano era un hombre extraordinariamente normal. Hay poco para distinguirle de cualquier otra persona, excepto su determinación de entregarse incondicionalmente al servicio de Cristo vivo. En realidad, la única diferencia estriba en que, cuando fue llamado por Dios, contestó inmediatamente, incondicionalmente y con una perseverancia inquebrantable hasta el último día de su vida.
Una descripción de los rasgos más evidentes y visibles del Padre Emiliano debe incluir: su estilo de vestir, siempre “sobrio”; su acento de “quebec”; su forma de andar con los hombros algo corvados; el siempre sorprendente azul de sus ojos; su tos seca al despertar por la mañana; su timidez; su hábito de tamborear con sus dedos en la mesa; el gesto hacia la boca con la mano derecha; su capacidad de escuchar con una concentración absoluta, como si fuese que tuviera dificultad al oír; los dientes falsos, que le gustaba sacar para mostrárselos y hacer reír a los niños; su hábito de reír al terminar un chiste, y luego repetir la línea clave para reírse de nuevo; los zapatos siempre limpios; y el tono de su voz mientras impartía la absolución.
A todo esto hay que añadir su gustopor los chistes bien contados, su amor por el chocolate y su prisa para empezar una misa.
Vocación
Pero en el fondo era un hombre a quien quemaba el amor por Jesús. A lo largo de la vida su única ambición fue el convertirse en misionero del Señor y ¡estaba viviendo su sueño! Era su vocación, su ilusión y su anhelo… y ¡estaba realizándolo!
A pesar de sus orígenes en una cultura poco expresiva, se emocionaba al hablar del Sagrado Corazón de Jesús. Es claro que los escritos de Santa Teresa del Niño Jesús -con su radicalidad de entrega- le habían dejado una fuerte impresión.
Recuerdo, una tarde en la cocina, la pasión con que comentó con Mons. Nicolás la traducción correcta al español de la frase famosa: “Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podíahacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre… Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares… En una palabra, ¡que el amor es eterno…! ”. (Es menester añadir que los dos hombres recordaban el texto ¡de memoria!).
La vida privada
Su vida privada era una vida de disciplina rigurosa. Ropa limpia, zapatos limpios, laúdes y vísperas cada día. La cama hecha, y el dormitorio arreglado antes de bajar para el desayuno. Era impensable perder una reunión o un retiro de su congregación.
Igualmente era impensable desobedecer a la Madre Iglesia y a sus obispos. Y todo lo apuntaba en su famosa agenda de bolsillo, tanto una fecha para un retiro, como unas notas de una charla o el teléfono de un amigo.
Su gran amor era Nuestra Señora del Sagrado Corazón y -a través de ella- vinosu fidelidad incuestionable a la Madre Iglesia y los Misioneros del Sagrado Corazón.
Misionero del Sagrado Corazón
No es posible entender al Padre Emiliano sin entender que era un “hijo” del Padre Julio Chevalier quien -en 1854- fundó los “Misioneros del Sagrado Corazón”. El Padre Emiliano volvía una y otra vez a la fuente: los escritos de su fundador. Tantas veces nos contaría sobre el Padre Chevalier y citaría: “cuando Dios quiere una obra, los obstáculos son medios”.
Así que, no es una sorpresa que el Padre “llevó prestado” uno de los artículos de su Congregación para enriquecer los de nuestra Comunidad: “una comunidad cristiana en la que cada uno aporta sus talentos y se siente integrado porque es reconocido, aceptado, escuchado, animado e interpelado” (Estatutos MSC # 33 / Estatutos CSCV # 1.5.3).
Los misioneros tienen fama de ser “buena gente”, rápidos con un chiste y lentos para una crítica. Una característica que está reflejada en sus Estatutos: “El nuestro es un espíritu de familia y de fraternidad, hecho de bondad y comprensión, de compasión y perdónmutuo, de delicadeza, humildad y sencillez, de hospitalidad y sentido del humor” (Estatutos MSC # 32).
Sacerdote
A la vez hay que mencionar unos detalles que marcaron su vida como hombre y sacerdote: su reacción de genuino placer, levantándose -con las brazos abiertos- para recibir a una persona; su determinación incondicional de salir a visitar un enfermo, sin importar la hora o u propio cansancio; su disponibilidad de “ajustar” sus planes para añadir una actividad más al último momento; y su implacable fidelidad a la Liturgia de Las Horas, rezando con su breviario en cualquier lugar, a cualquier hora, ya fuera en el carro saliendo de un retiro, en un aeropuerto esperando su vuelo o en la capilla frente al Santísimo.
Dones y talento
El don de orar por los enfermos fue lo que le trajo más fama y a la vez más problemas al Padre. Sin embargo, no pretendía nunca ser “alguien”. Y eso no era una “modestia” falsa, sino una genuina apreciación de su verdadero lugar en el gran esquema de los planes de Dios. El no hizo casi nada. Solamente oraba. Era Jesús quien hacía las cosas. Emiliano no era más que el burrito que le llevaba. Claro, que, al fin y al cabo, solamente hay un don: el don del Espíritu Santo, y hemos visto cómo se han manifestado a través del Padre todos aquellos dones encionados en 1 Corintios 12, y algunos cuántos más que ni sabíamos que se podían manifestar, como sanaciones por televisión a distancia de kilómetros y aun a meses de cuando había sido grabado el programa. El Padre siempre nos preguntó: “¿Cuántos dones hay?”. Luego se contestaría a sí mismo diciendo: “¡Cincuenta! … es decir ‘sin cuenta’. ¡Que no se pueden contar de tantos que hay!”
Pero era un hombre también dotado de muchos talentos. Por algo había sido un Formador en el Seminario de su Congregación. Más tarde fue elegido Superior Provincial de los Misioneros del Sagrado Corazón en la RepúblicaDominicana por nueve años consecutivos, hasta que la enfermedad le separó de sus responsabilidades y, casi, de la vida.
Toda una vida de experiencias se invirtió en la fundación y motivación de una comunidad de laicos compuesta por un grupo de personas con poca experiencia excepto sus encuentros personales con Jesús.
El que la Comunidad no solamente sobrevivió a su muerte, sino que ha crecido aún más desde entonces es una clara indicación de su capacidad de realizar una visión con Cristo, en Cristo y por Cristo.
Quizás el don más importante del Padre fue su habilidad entusiasta de convencernos de que podíamos hacer cosas que nunca habíamos imaginado. Así descubrimos que éramos predicadores, profesores, animadores, intercesores y – por encima de todo – evangelizadores.
Testiguo ingenuo
El Padre Emiliano tenía el corazón de un niño que siempre esperaba las sorpresas del Señor.
Al regresar de cada misión, dentro o fuera de la República Dominicana, llegaba con innumerables testimonios de lo que el Señor había hecho a través de la evangelización y de la oración por los enfermos. Nos hacía arder el corazón cuando nos contaba de la misericordia sin límites de Dios, sanando y transformando los corazones.
Cada signo y manifestación del Espíritu eran, para el Padre, como algo nuevo e inesperado. Cuando nos lo contaba, nos hacía vivir la sorpresa y la alegría suya al ver actuar la mano de Dios, como si fuese que era algo inédito y jamás visto antes.
En una ocasión en México, durante la Eucaristía, el Padre Emiliano bajaba del altar para dar la comunión a la multitud y se encontró con un niño enfermo en los brazos de su madre. Se sintió impulsado a darle un beso y siguió adelante. Más tarde, la mamá dio testimonio de cómo su hijo fue sanado a través del beso del Padre Emiliano. De vuelta a Santo Domingo, el Padre, admirado, comentó sobre la originalidad del Señor que ¡sanaba con un beso!
Acento dulce
Todo el mundo, al aprender un idioma nuevo como adulto, retiene algo de su lengua materna en el acento. El acento del Padre Emiliano era distinto, con una melodía agradable. Su español estaba salpicado con expresiones de los campos el Cibao, y apoyado con traducciones directas del francés: “Si quieren, pueden sentarse” (asseyez-vous, s’il vous plaît”).
A la vez, el hecho de tener que usar un vocabulario limitado, le estimuló a implificar sus ideas y a pronunciar claramente, lo que fue una importante ayuda a sus prédicas.
Siempre estaba dispuesto a escuchar a mejorar su español, por ejemplo cuando recibió aquella profecía en Castellón.
Hay que entender que el Señor siempre inspira al alma a una profundidad donde las palabras son superfluas. Al tratar de cristalizar la palabra, es normal que se use el idioma materno.
Así que, la palabra que el Padre recibió en Castellón se expresó en francés: “Si un jour vous negligez I’Adoracion du Saint- Sacrement, votre communauté commencera à s’effriter”, y nosotros tuvimos que ayudarle a traducir la palabra “s’effriter”, porque todavía no había aprendido la palabra “desmoronarse”.
Sentido del humor
Al padre Emiliano siempre le gustó un buen chiste. Muchas veces interrumpiría una prédica para contar un chiste que recientemente había oído.
En la mesa del comedor nos hacía reír a carcajadas con una cadena inagotable de cuentos y anécdotas.
Su especialidad era contar historias donde todo salía a revés, como el niño en Pakistán que acababa de ser sanado. Le llevaron a la tarima, y el Padre le preguntó quién le había sanado. Se esperaba que el niño dijera “Jesús”, pero no, el niño se acercó al micrófono y dijo: “¡Alá y su profeta Mahoma!”. Y, al contarlo una y otra vez, el Padre Emiliano caía en carcajadas.
De vez en cuando tomó el papel de un “inocente”, por ejemplo: al pedirle a un policía de tráfico que le había parado: “¿Quiere confesarse?”. El policía contestó rápidamente: “¡Pase, Padre, pase!”. Al contarlo más tarde, añadió: “¡Es curioso como la gente tiene miedo de confesarse!”.
Quién puede olvidar los “torneos” de chistes entre el Padre Emiliano y su amigo de congregación, el Padre Lucas Lafleur, en la cocina de la Anunciación, con cada uno contestando con otro chiste aún mejor, con lo que pasarían horas, y nosotros llorando de reírnos tanto al escucharlos.
El Padre tuvo un estilo de chistes propio de su tierra aunque un poco insólito para los dominicanos, porque le gustaba contar chistes riéndose de sí mismo. ¡Cuánto nos reímos cuando el Padre nos contaba de la señora que encontró en el camino a Villa Mella, que le explicó que un “Padre misterioso” iba a celebrar la misa! Y al repetirlo, nos preguntaba: “Yo no soy un hombre misterioso, ¿verdad?”.
Hombre de familia
Cada vez que volvía del exterior, la misma noche solía salir a Los Prados para visitar a sus hermanos de Congregación, compartir con ellos y recibir el calor de suamistad.
El Padre también encontró una familia entre nosotros, los miembros de la Comunidad “Siervos de Cristo Vivo”.
Era capaz de cambiar toda una gira de etiros para complacer a un miembro de la Comunidad que quería que celebrara un bautizo o una boda. A la vez, le encantaba visitar nuestras casas, jugar con nuestros niños, y compartir en todo, hasta fregar los platos.
Recuerdo el cumpleaños de Nidia mi esposa (unos cinco meses antes de su viaje definitivo), en nuestro pequeño apartamento, con los vecinos y amigos sentados en los muebles y los jóvenes en el suelo, y cada uno cantando, tocando la guitarra o compartiendo un chiste. Cuando le tocó a él cantar una canción y contar un chiste también, el Padre se rió más que todos.
Amor
Recordamos, sobre todo, su gran amor por los pobres y por los que sufren. No le importaba el cansancio o los caminos difíciles. Si hacía falta un poco de amor o de consuelo, él se ponía “en camino”, ya fuera en burro o en camioneta. Así vivió personalmente la Palabra que recibió en 1982 al inicio de nuestra Comunidad: “El que mucho ama es capaz de hacer grandes sacrificios por el Amado”.
Eucaristía
Dejó grabado en nosotros su gran amor a la Eucaristía. Siempre quería orar por los enfermos dentro del contexto de la Eucaristía, insistiendo en que quien sanaba era el Señor. Una y otra vez proclamó que él no era capaz de sanar ni un dolor de muelas.
Constantemente nos recordó a nosotros, los Siervos, cuál era nuestra primera vocación: “Estar a los pies del Maestro”. Conservamos aquella frase que recibió en 1998 en Castellón, España, mientras adoraba a Jesús Sacramentado:“Si un día ustedes descuidan la adoración el Santísimo, su comunidad comenzará a desmoronarse”.
Tantas veces en la celebración eucarística contemplamos sus ojos fijos como si fuesen extasiados ante la Hostia Consagrada que elevaba después de la Consagración. A menudo insistía que no era posible evangelizar si antes no pasábamos tiempo escuchando al Señor que nos esperaba con amor, en el silencio del Sagrario “como un amigo espera a su amigo”.
Finalmente, el recuerdo que nos queda en la memoria es el de cuando llegábamos a la capilla y lo encontrábamos con su Breviario recitando la Liturgia de las Horas o con sus ojos fijos en Jesús expuesto en la custodia, adorándole. Al fin y al cabo, el secreto de la vida del Padre Emiliano fue su amor incondicional por Dios, y a través de Dios, el amor a la Iglesia, a su Congregación, a la Comunidad y al mundo entero.
Oración
Quizás lo que más le preocupaba al Padre era la necesidad de mantener la oración y profundizar la vida espiritual en cada uno de nosotros.
“Cuando una persona ya no reza, no hay nada que decir … La oración es insustituible. Lo único que se le puede decir a una persona que ya no ora es que vuelva a orar. Dejar la oración es romper la amistad con Jesús.”
“Sin la oración – decía – todas las virtudes son como árboles sin tierra”. Y añadió: “Si nuestra oración se ahoga, se ahoga el alma de nuestro apostolado. Cuando no se reza más, es un signo de que el Espíritu Santo se ha retirado de nuestra vida apostólica”.
“El valor de la oración no es cuestión de tiempo como lo piensan en el Islam, sino de calidad. ‘Vivir con más intensidad la presencia de Dios’. La oración personal que hacemos cada día es prácticamente lo único que hacemos por fe, puramente por fe, porque creemos que Jesús está vivo y es el Señor de nuestras vidas. Tener una fe viva es la mejor preparación para la oración”.
Cuántas veces el nos pidió leer «La oración es el alma de todo apostolado» de Dom J. B. Chautard.
El mismo escribió: “Un día me preguntó un periodista en una entrevista: ‘¿Cuántas horas pasa Ud. en oración cada día?’. Le contesté: “No me gusta su pregunta, pues para mí lo ideal no es pasar dos horas o tres horas cada día enoración, sino caminar en presencia del Señor, orando en toda ocasión en el Espíritu, como dice San Pablo. Lo ideal para mí es caminar en presencia del Señor, tratar de estar más y más consciente de la presencia del Señor en mi vida, y levantar a menudo mi pensamiento y mi oración hacia el Señor, como lo hacía San Francisco de Asís que era un hombre HECHO ORACIÓN, como narran sus biógrafos”.
Es algo más que una coincidencia que las últimas palabras que el Padre nos dejó escritas fueran: “¡Y que el Año 2000 vea florecer mucho nuestra Comunidad, no solamente en número pero más que todo ¡en profunda vida espiritual!”.
Bendigo al Señor y doy las gracias a Nuestra Señora del Sagrado Corazón por habernos regalado la oportunidad de compartir estos años junto a un hombre de Dios: el Padre Emiliano Tardif, Misionero del Sagrado Corazón.
Padre Emiliano Tardif M.S.C.
Que descanse en paz
8 de junio, 1999
Texto extraído del Siervo de junio 2008
Fuente: http://cscv.info