Segunda Palabra: «Hoy hay ladrones que roban gallinas y van presos, otros roban millones y no les pasa nada…», padre Nelson Clark
“…otros son asesinos, porque matan para robar un celular, a estos se asemejan los que roban millones: los dos tipos de ladrones matan, unos en el momento, otros a largo plazo”
Segunda Palabra: “HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAISO”
(Lucas 23,43)
Rvdo. P. Nelson Clark
Rector Catedral Primada de América
La condena que le hicieron a Jesús, junto a dos malhechores, bandidos o ladrones, fue para justificar que estaban cumpliendo la ley. Aunque el supuesto pecado de Jesús era la blasfemia, lo trataron como un malhechor. La ley judía prohibía el hurto: No robarás (Ex, 20,15), séptimo mandamiento de la Torá. Asumido por el cristianismo, porque, como dice San Pablo, “ni los ladrones, ni los avaros, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios.” (1Co 6,10).
El catecismo de la Iglesia Católica afirma que “El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes. Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres. Con miras al bien común exige el respeto del destino universal de los bienes y del derecho de propiedad privada.” (CIC, 2401).
El séptimo mandamiento prohíbe la usurpación del bien ajeno contra la voluntad de su dueño. De ahí que la Doctrina Social de la Iglesia relaciona el robo con tocar el bien común, porque los bienes de la creación son de todos y para todos.
Jesús está junto a dos ladrones. Se cree que ellos dos estaban por los caminos acechando a la gente; es probable que hayan robado a la familia de José y María; y a lo mejor eran rebeldes al poder romano. Ellos robaban cosas pequeñas, pero eran bandidos.
Hoy hay ladrones que roban gallinas y van presos; otros roban millones y no les pasa nada; otros son asesinos, porque matan para robar un celular. A estos se asemejan los que roban millones: los dos tipos de ladrones matan, unos en el momento, otros a largo plazo.
El que se roba la pensión de un empleado, obligándolo a implorar la providencia cada día para vivir; el que se roba el dinero dedicado a la educación, que condena a muchos a no tener la oportunidad de prepararse y hacer una carrera; el que roba el dinero dedicado a la energía. ¿Alguna vez hemos evaluado el daño psicológico que provocan a las familias los apagones constantes, las precariedades constantes, el diario vivir en la estrechez, que siempre les falta algo? ¡Cuántos millones en los bancos!, ¡Cuántos lingotes de oro! Ahora mismo, no valen nada guardados.
A los ladrones que están junto a Jesús, a uno se le llama el buen ladrón y al otro el mal ladrón. Según una fuente apócrifa, es decir, no canónica, los nombres eran: Dimas y Gestas. Dimas era el buen ladrón y Gestas el malo. Ellos comparten la misma profesión, la misma condena, pero no tienen la misma idea de Jesús y lo interpretan de un modo diverso.
El mal ladrón lo interpreta como Cristo, por eso decía: “¿No eres el Cristo? Pues
¡sálvate a ti y a nosotros!” (Lc 23, 39).
El buen ladrón lo interpreta como rey, se preocupa por el otro, lo corrige y le dice: “Nosotros nos lo hemos merecidos con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho ¿Es que no temes a Dios?” (Lc 23, 41). Es curioso que un ladrón que se pasó la vida entera robando diga eso. Pero ahí se ve su preocupación por el otro. Está confiado que su rey lo puede perdonar y lo puede llevar a su reino. Por eso, hace una oración: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino” (Lc 23, 42).
Esta súplica la encontramos en José de Egipto cuando interpretando los sueños de dos cortesanos, a uno le profetizó que le iba a ir bien, y que se acordara de él (de José) hablando con el Faraón para que lo sacara del calabozo donde lo habían llevado injustamente (Cf. Gn 49,14). De hecho, el cortesano una vez nombrado, se olvidó de José. Así somos los humanos. ¿Cuántas veces nos hemos olvidado de lo que le prometemos a Dios, en los momentos de aprietos?
La pasión de José prefigura la de Cristo. Solo Cristo no se olvida de interceder por los pecadores, porque como dice el profeta Isaías “se entregó y fue tenido por un rebelde, cuando él soportó la culpa de muchos e intercedió por los rebeldes” (Is 53,12). ¿Cómo Cristo no va a escuchar a este ladrón arrepentido?
¿Cómo Cristo no te va a perdonar a ti que, a lo mejor, está preocupado, asustado en tu casa?
Por eso, le responde con el último gesto de amor que hace como el Cristo terreno, pero también como Dios: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Esta no es una palabra de condena sino del perdón. La fe de este ladrón le lleva a discernir, aún estando condenado a morir, que está delante del rey y la instauración de su reino. Dice San Juan Crisóstomo, en una homilía: “Cuando todo el pueblo, los magistrados, los soldados, se burlan de Él, este ladrón no se para a mirar el estado humillado del crucificado: con los ojos de la fe, sobrepasa todo eso, y reconoce al maestro de los cielos. En su corazón se inclinó y dijo: Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino. No nos de vergüenza de recibir como médico al que el Señor no se avergonzó de presentar primero en su paraíso” (1ª. hom. De cruce et latrone). Hermanos, un ladrón estrena el paraíso, no un sacerdote, o un escriba. Dicen algunos, que era tan ladrón que se robó el paraíso.
Hace caso omiso de este tribunal inferior (de aquí abajo, que se equivoca, que se vende); él sabe que hay otro juez que es invisible; que hay otro tribunal incorruptible.
San Agustín, comentando este texto dice que el buen ladrón hizo una doble confesión: la de su pecado y la de su fe, logrando así lo que puede salvar según San Pablo: “Si confiesa con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvado. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia y con la boca se confiesa para conseguir la salvación” (Rm 10, 9-10).
También el buen ladrón es una aplicación de la “Parábola de los obreros de la Viña” (Mt 20, 1-16), que, siendo contratado por propietario a diferentes horas, recibieron la misma paga. El buen ladrón pertenece a los de la hora undécima, los últimos, lo que muestra que nunca es demasiado tarde. Hermano nunca es demasiado tarde para encontrar a Cristo y reconocerlo como rey. Es hoy el tiempo para nosotros.
Desde ese momento se abre para el malhechor el horizonte luminoso del Reino de Dios, el paraíso, que significa lugar de paz. El perdón transforma la existencia, cancela el pasado y uniéndose a la conversión del hombre, inaugura una vida insospechada de plenitud de vida y de paz.
El encuentro con Cristo transformó a Mateo y a Zaqueo, que eran ricos, recaudadores de impuestos y el imperio le permitía cobrar un poco más para ellos. Hoy, hay personas que creen que tienen licencia para robar. Claro, no se sabe quién se las ha dado.
Zaqueo, al encontrase con Cristo va más allá de la retribución que establecía la ley judía de un cuádruple en un solo caso, y de la ley romana que la imponía la retribución para todos los robos, extendiendo para sí a todas las injusticias que haya podido ocasionar: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces más” (Lc 19, 8).
Hermanos, que buena noticia, al paraíso pueden ir los pecadores que se arrepienten. Imitemos a este ladrón, imitemos la conversión de Zaqueo, en este momento en que estamos en “una cuaresma mundial”, en la que Dios nos ha puesto, y nos dice a través del Apóstol Pablo: “El que robaba, que ya no robe; que trabaje con sus manos haciendo algo útil, para que pueda socorrer así al que lo necesite”. (Ef., 4,28)
Reconozcamos que Jesús reina, que tiene poder. Puedes enfermarte con el Coronavirus, pero te vas al cielo; puede ser que hayas sido señalado de robo, si es verdad ¡devuélvelo! Te vamos a perdonar, no te vamos a condenar, Cristo te perdona, haz un tesoro en el cielo repartiendo eso a los pobres, los bienes son de todos, róbate el paraíso.
Hermanos, los dos ladrones reflejan el misterio de la libertad que tiene cada hombre para elegir el bien o el mal. Hoy, de frente a un Cristo crucificado, de frente a esta Pandemia, tenemos que elegir entre la incredulidad, la desesperación, o elegir la fe y la esperanza. Nunca es demasiado tarde, hoy podemos entrar al paraíso.
Foto de portada: INEIFI