SERMÓN DE LAS 7 PALABRAS: SÉPTIMA PALABRA
“Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Juan 19,30)
- Robert Valentín Alcántara Belén, Arcipreste Zona Pastoral Villa Mella – Guanuma.
“…porque un país en el que los miembros de los partidos políticos están más preocupados por hacer el trabajo de la justicia, que por sentarse en una mesa de diálogo serio y responsable, a buscar soluciones a la situación de nuestros valiosos jóvenes”
La oración confiada del Hijo honesto que ha cumplido la voluntad del Padre Era ya cerca de la hora sexta, cuando se oscureció el sol y toda la tierra quedó en tinieblas hasta la hora nona.
El velo del santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”. Y dicho esto expiró. Es el medio día y sus horas sucesivas, tiempo justo en que el sol brilla con mayor esplendor y fuerza; sin embargo, se ha apagado la luz que alumbra la tierra. Pero, cómo no se va a apagar el astro, si el Sol de Justicia que nace de lo alto, el que es Luz de luz, vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, contrario a esto, creen que lo están matando. Pero, no es una muerte normal.
Hay acontecimientos humanos muy extraños; no solo hay oscuridad, sino que se ve un velo rasgado a la mitad, no hay angustia o desesperación en quien padece, y el centurión, responsable de la ejecución, no se nota satisfecho con el resultado de su gestión. Los acontecimientos sobrenaturales son aún más extraños: no solo se ha rasgado un velo en el templo, este es el signo de que se está cumpliendo, la profecía hecha en el evangelio según San Juan 4, 23 a una mujer samaritana en torno al pozo de Jacob, porque ya no es en su monte ni en el templo de Jerusalén donde adorarán en espíritu y verdad los que hayan tomado el agua viva del bautismo, sino en todas partes; cae la tradición radical de la oración exclusiva en el templo.
Por otro lado, este hombre, que más que crucificado, luce tener los brazos abiertos para abrazar al mundo en su amor, abre sus labios y del fondo de su alma, con todas las fuerzas que le quedan, hace una última oración: “Padre, en tus manos, pongo mi espíritu” Es increíble, no lo han matado como pensaban sus ejecutores y parte de la muchedumbre que pedía su crucifixión; esa no es la actitud ni las palabras de una persona a la que dan muerte. Como un gran escándalo, en este momento de silencio, resuena sus palabras cuando decía “no me quitan la vida, yo la entrego”. En esa cruz no hay un hombre vencido, más bien, estas son las palabras que completan la oración iniciada la noche antes en un monte no muy lejano, llamado de los Olivos: “Padre, si es posible que pase de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”
. Sin lugar a duda, ha triunfado el Padre, en el Hijo, con el Espíritu Santo que exclama una profesión de fe, por boca de un romano que no tenía idea de lo que allí estaba pasando: “este hombre realmente era hijo de Dios”.
Lucas al narrar este acontecimiento se aparta de Mc y Mt porque no puede ni siquiera insinuar que Jesús se sienta abandonado del Padre; por esto, suprime la cita del Sal 22 y la sustituye por la de Sal 31, 6, que es una entrega de su espíritu en manos del Padre, Lucas ha transformado el grito desgarrador de abandono de Marcos en una expresión de la confianza última en el Padre. Es una frase que no sólo expresa la confianza en su Padre, sino que aclara a los lectores que, en este momento culminante, el Padre recibe el Alma de Jesús para que siga presente, marcando así la nueva presencia de Dios entre los hombres.
Caigamos en la cuenta de que, en esta descripción de la muerte de Jesús, la palabra clave es el espíritu de Jesús, que vuelve al Padre o que es entregado al Padre o que se pone en manos del Padre.
Es un relato que mantienen los evangelistas con toda su fuerza y realismo, evitando detalles descriptivos que pudieran sugerir compasión, pena u otros sentimientos que desvirtuarían el realismo histórico de la muerte de Jesús. Esta séptima palabra de Jesús en la Cruz es la oración confiada de un hijo que ha sabido ser fiel en el cumplimiento de la voluntad de su padre hasta el último aliento.
Ahora bien, tal confianza y fidelidad de Jesús trae a la actualidad consigo una interrogante innegable sobre si estamos también nosotros siendo fieles a la misión que el Padre ha puesto en nuestras manos.
Me parece que no, porque un país en el que los miembros de los partidos políticos están más preocupados por hacer el trabajo de la justicia, que por sentarse en una mesa de diálogo serio y responsable, a buscar soluciones a la situación de nuestros valiosos jóvenes que día en día salen en grupo como inmigrantes ilegales, detrás de un supuesto sueño; donde pasan todo tipo de necesidad y calamidad, llevando tanta mortificación a sus familias; todo por falta de más oportunidades en su tierra natal ¡no creo que estemos bien!.
Y, peor aún, parece no se dan cuenta o se hacen los indiferentes, pero por cada dominicano que sale a esta travesía, entran al menos unos cinco extranjeros… ¡al ritmo que vamos, llegará el día en que los dominicanos seremos menos en nuestro propio suelo! Pongamos todo nuestro esfuerzo en el bienestar de este hermoso país y su gente, cada uno desde su propia misión confiada por Dios; para que, al ver una nación que sigue creciendo tanto en valores humanos y religiosos, como en el ámbito socioeconómico, para las próximas generaciones, podamos decir también confiados: ¡Padre, en tus manos deposito mi servicio!