Democracia dominicana ultrajada y amenazada por injerencia imperial
Manuel Díaz Aponte
Geopolítica Global
Por muchos años, la estabilidad y afianzamiento democrático de la República Dominicana ha sido focalizada y hasta dimensionada, como ejemplo para toda América Latina, precisamente por líderes y organismos internacionales que hoy buscan colocarnos en una encerrona cuyo objetivo es destruir nuestra soberanía nacional.
Demasiado injusto e inconsecuente es el comportamiento de las autoridades estadounidenses que pretenden imponernos la absoluta salida a la desgracia de Haití, conminando a que aceptemos la instalación de campos de refugiados haitianos en nuestro territorio. ¡Qué barbaridad!
Cuánta osadía en medio de un mundo tan convulso y complejo como el que vivimos actualmente, donde el rol de pacificación e intermediación de la Organización de las Naciones Unidas (0NU), ha quedado muy cuestionado, con una marcada predisposición hacia la aplicación de métodos de la vieja cultura del colonialismo imperial.
Si República Dominicana ha sido un positivo referente de escala mundial en la construcción y solidificación de su democracia, tras haber superado innumerables vicisitudes, atropellos, saqueos e intervenciones militares de tropas extranjeras, incluidas dos de los Estados Unidos de América, ¿por qué ahora se busca exterminarla?
¿Qué daño ha causado el país a la comunidad internacional para que reciba esa odiosa e inaceptable vejación de organismos llamados a auspiciar y promover la paz mundial?
Históricamente, los valientes hombres y mujeres de esta nación han demostrado reiteradas veces corajes y firmezas para defender su soberanía a uñas y dientes. Esta vez, no será la excepción.
Sin soberanía e identidad, ¿qué sentido tiene vivir?
Que no se equivoquen aquellos sectores poderosos que intentan imponernos campos de refugiados haitianos en nuestra Patria, precisamente, la única Patria que tenemos y que sabremos defender con honor y gallardía.
Los políticos dominicanos que traicionan su patria merecen el desprecio y olvido de sus conciudadanos.
Desde luego, nunca deberían ocupar el solio presidencial porque son traidores, tránsfugas, deshonestos y perversos.
Es como levantar un pequeño huerto sin protección de una empalizada o barrera, y en la práctica, es lo mismo que no tener nada, porque los transeúntes cruzan como “perros por su casa” y sin inmutarse, cargando con los frutos que no sembraron y que no bajaron el lomo para tener derecho a degustarlos.
El viejo refranero de los abuelos que reza: “Lo que nada cuesta, hagámosle fiesta” se identifica con lo expuesto más arriba y refleja un acercamiento con la importancia de la soberanía e identidad de una nación, la que, si no las cuidan sus leales ciudadanos perece.
Simbología Patria
El presidente del Tribunal Constitucional, doctor Milton Ray Guevara, al ser investido ‘honoris causa’ por la Universidad APEC, dirigió un mensaje muy oportuno en estos momentos: “Al pueblo dominicano, generoso, heroico, solidario y trabajador: no podemos descansar o ceder en la defensa de la soberanía nacional y de nuestra identidad nacional, de nuestros símbolos patrios: la Bandera Nacional, el Escudo Nacional y el Himno Nacional”.
En las elecciones presidenciales del 2024, ¿cuáles candidatos a dirigir el país van a estar achicharrados antes de abrirse las urnas?, pues, aquellos que se han puesto del lado de los traidores a la Patria, los que se frotan las manos por las medidas y amenazas del gobierno de Estados Unidos contra la nación dominicana tras el presidente Luis Abinader rechazar valientemente la instalación de campos de refugiados haitianos en el territorio nacional.
Ninguna nación soberana está obligada a levantar en su territorio campos de refugiados de ciudadanos no importa su procedencia, es cuestión, de legítimo derecho constitucional.
Como también, las autoridades dominicanas actúan con soberanía propia al proceder a deportar hacia Haití a los inmigrantes ilegales.
Haití debe buscar su propio horizonte
Es hora de que la oligarquía haitiana y su liderazgo político asuman la obligación histórica de levantarse, de edificar su propio destino, sin esperar que la “suerte le llegue del cielo” o queriendo involucrar a un tercer país como responsable de la desgracia en que viven.
Ellos mismos, son los únicos conscientes del daño causado a su territorio desforestado y devastado por años, sucesivos conflictos, guerras y magnicidios, siendo el más reciente, el asesinato del presidente Jovenel Moïse, en su residencia privada, la madrugada del 7 de julio de 2021.
Ahora las autoridades haitianas exponen que las deportaciones emprendidas por el Gobierno de República Dominicana contra sus ciudadanos contribuyen “al deterioro de las relaciones entre los dos países y socavan la necesaria cooperación en diferentes ámbitos”.
Ante las deportaciones que con frecuencia realiza el gobierno de EE.UU. de inmigrantes ilegales dominicanos que viajan hacia ese territorio, ninguna autoridad dominicana ha pretendido cuestionar ni mucho menos solicitar que se detengan.
Es potestad de cada Estado aceptar o no la presencia de inmigrantes en su territorio, y cuando se trata de una situación de desborde poblacional como la haitiana, evidentemente se deben imponer límites.
No es cuestión de racismo ni xenofobia es nada más la legítima aplicación de las leyes migratorias a la que tiene derecho apelar un Estado soberano.
Si Estados Unidos, Francia y Canadá tuvieran la voluntad de querer ayudar a levantar a Haití harían una excelente contribución a la paz en esta región caribeña, cansada de intromisiones y dictámenes delineados por la visión imperial neocolonial.
Así evitaríamos el caos para que la gobernabilidad democrática en República Dominicana siga siendo sólida, pero, además, esquivar un escenario en que El Caribe pueda arder con similitudes a Somalia.
El autor es periodista y profesor de comunicación social.